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La esposa de papi

skelyrata

3rd Level Red Feather
Joined
Mar 12, 2007
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Cuando cumplí 18 años y mi hermano Juan tenía 26, nos estabamos bañando en la piscina de papi. No había nadie en la casa. Papi estaba de viaje y Michelle, la esposa de papi, estaba de comprar, así que Juan era el adulto a cargo.
Cuando nos salimos del agua, le pregunté a Juan si me dejaba ver las revistas Playboy que él tenía en su cuarto. Llevaba meses rogándole que me las dejara ver y él me decía que no podía porque si papi se enteraba lo mataba. Y este día me dijo lo mismo.
- Pero no se va a enterar. ¡Anda Juan, please! Si me las dejas ver hago lo que me pidas.
Entonces él me dijo: - Bueno, es revista es para hombres.
- Yo soy hombre.
- Me lo tienes que demostrar. Esta es la condición. Te voy a amarrar. Si logras soltarte, te regalo las revistas. Pero solo si te sueltas. Si yo te suelto, o alguien te suelta no te doy nada.
- Ok. Ok. - yo estaba emocionado. Iba a poder ver las revistas. Claro, la parte del medio la estaba considerando.
Juan fue a su cuarto y salio con unas sogas.
- Primero quítate el traje de baño.
- ¿Por qué?
- Es parte de la prueba. Tienes que soltarte estando completamente desnudo. Así lo hacen en las fraternidades.
Como no había nadie en la casa y ningún vecino podía ver pues había un muro de cemento alrededor de todo el patio, me quité el traje de baño. Me sentía un tanto incómodo estando desnudo afuera.
- Acuéstate en la mesa.
Me acosté en una mesa de madera. El me amarró las manos y pie a las esquinas de la mesa. Me estiró a más no poder y estuvo un rato debajo de la mesa haciendo nudos.
Entonces salió y me dijo.
- Listo. Ahora suéltate.
Llegó la hora. Las revistas iban a ser mías....
Torcía las manos y los pies y no me podía zafar de las sogas. Halaba las sogas y no podía romperlas.
- Dale suéltate.
- Dame un segundo. Ya voy.
Juan miró durante cinco minutos como yo me fajaba tratando de soltarme y no lograba nada. Mi fe no desistía. Esas revistas iban a ser mías.
- ¿No puedes? ¿Te rindes?
- No. Cállate. Lo voy a lograr.
- Bueno, yo tengo cosas que hacer. Tómate tu tiempo. Cuando te sueltes te doy las revistas. Yo voy a casa de Rubén un rato y vuelvo más tarde.
- Ajá, ajá. - yo estaba súper concentrado en las sogas que no veía las implicaciones de los que estaba pasando. Juan se fue, y me dejó amarrado desnudo a las cuatro esquinas de aquella mesa en el patio de la casa, a la intemperie.
Escuché el motor del carro de Juan prenderse e irse.
Luego de casi una hora forzejeando con las sogas me empezaba a dar cuenta que era inútil. Juan había hecho nudos de acero. Y estaba tan estirado que incluso la brisa que soplaba me hacía cosquillas en la piel.
Entonces escuché el sonido de un carro llegar. Era el carro de Michelle, la esposa de papi. Ahí me paniquié. Cuando saliera me iba a ver así y se iba a escandalizar, se lo diría a papi y cuando este llegar me iba a castigar. Comencé a halar las sogas a todo lo que da.
Escuché la voz de Michelle llamando:
- ¿Juan, Alberto?
Yo me quedé callado. Quería que creyera que no había nadie. Pero ella vio el portón que da al patio abierto y salió.
- No. - Yo la vi.
Ella me vio: - ¿Qué está pasando?
Se me acercó. Yo no sabía cómo ocultar mi vergüenza. Tenía las bolas al aire, todo. Y no podía soltarme.
- Fue Juan. Fue Juan. Me amarró y me dejó solo. No se lo digas a papi por favor.
- ¡Ese hermano tuyo!
Ella veía cómo yo forcejeaba con las sogas.
- ¿No puedes soltarte?
Ella puso una mano sobre una cuerda que amarraba una de mis manos y sintió que la cuerda estaba estirada al máximo, así como mi cuerpo.
No sabía qué era peor, admitir que no podía soltarme, perder las revistas o pedirle que me desamarrara y me sacara de esta situación. Pero mi hombría estaba en juego así que le grité:
- ¡No me sueltes! Déjame solo. Yo soy hombre. Tengo de demostrarle a Juan que soy hombre. Pero por favor, no se lo digas a papi.
- Ok. Como tu digas.
Pero ella no se iba. Seguía ahí parada mirándome. Su mano se deslizó de la cuerda que tocaba, por mi mano, la piel de mi ante brazo, brazo... me estremeció con el recorrido... siguió por el sobaco, haciendome saltar, siguiendo el camino por el lado del pecho, estómago, subió por la barriga y terminó en el pecho.
- ¡No, por favor! - le dije riéndome histérico. Quería que se fuera. No quería que me siguiera viendo desnudo.
- ¿Eres cosquilloso? ¿Qué pasa si yo hago esto?
Ella frotó los dedos de ambas manos en mis sobacos haciéndome saltar a risas y llantos. No podía recistir las cosquillas y me sentía peor aún al estar totalmente indefenso. Yo traté por todos los medios de salirme, pero era imposible. Mis brazos no encogían un milímetro de lo estirados que estaban.
- ¡No! ¡Para Michelle! ¡Ajajajaajaj!
Una mano siguió en mis sobacos y con la otra frotó los dedos en mi estómago, duplicando el corrientazo de cosquillas que me hacía saltar. Mientras me hiciera cosquillas no iba a poder soltarme. Pero ahora mi preocupación no era esa. Era que Michelle me dejara tranquilo.
Ella parecía que estaba disfrutando verme retorcerme a cosquillazos. Todos aquellos impulsos provocaron que se me parara el bicho sin yo darme cuenta. Cuando me di cuenta me dio más vergüenza todavía. Ella no paraba de hacerme cosquillas y me di cuenta que vio el bicho parado.
Sin dejar de frotar los dedos en mi sobaco, deslizó la otra mano por la cadera hasta llegar al bicho.
- ¡No! ¡Michelle! ¿Qué estás haciendo?
Me acarició el bicho por un rato, la otra mano dejó de hacerme cosquillas. Pude respirar, pero no me gustaba lo que estaba haciendo. Sus caricias en mi bicho me provocaban placer, pero como ella era de la familia y esposa de papi me sentía horrorizado, en ningún momento sentí en mi mente deseo alguno ella o que me hiciera nada. Yo solo quería que se fuera.
Pero ella bajó su cabeza y me chupó el bicho. Ahora sí que yo estaba escandalizado. Era como un incesto en progreso. ¿Qué pretendía Michelle? No entendía por qué hacía esto. Lo que hacía estaba prohibido.
Pero me lo chupaba y yo sentía el placer. No podía hacer más nada. Seguía forcejeando con las sogas desesperado, horrorizado. Poco a poco sentía punzaciones dentro de mí... estaba por venirme... mi bicho estaba por brotar semen a chorros.
- ¡Michelle! ¡No! ¡Para!
Ella no paró. Me lo seguía chupando y mi bicho soltó la leche. Ella sacó su boca y me lo siguió jalando, aparentemente excitada al ver la fuerza con la que salía el semen. Con ella masturbándome, la eyaculación duró como un minuto y luego el bicho se ablandó y se cayó.
- ¿Por qué? - le pregunté, desmoralizado.
- ¡Estás bien bueno! Siempre dije que eres un nene lindo. Por eso siempre he tenido preferencia contigo.
- ¿Por qué me lo hiciste? Está mal.
- Pero nadie se va a enterar. Por favor, no se lo digas a tu papá.
Ella me seguía acariciando el cuerpo, el pecho, el estómago. Seguía causando cosquilleo en mí. Yo seguía halando las sogas. Puñeta era imposible soltarme, y era imposible defenderme y era imposible detener cualquier cosa que ella me hiciera.
- ¿Quiéres ser un hombre? Yo te voy a ayudar.
¿Que quería decir con eso? De inmediato me di cuenta de que ella tenía otra idea en mente.
Se comenzó a desabotonar la camisa. Los latidos los tenía a mil.
- ¿Qué estás haciendo?
Se quitó la blusa, luego el sostén. Nunca le había visto las tetas en mi vida... nunca había visto tetas en persona en mi vida. Estaba titubeando. Estaba mal mirar. Me remordía la conciencia lo que estaba pasando. Dios me iba a mandar al infierno por esto. Ella se quitó el pantalón y luego el panti. Se desnudó completita ante mí.
- ¡Michelle, para, por favor! ¡Esto es pecado!
Me volvió a acariciar el pecho, el estómago. Esta vez con más sensualidad. Yo no quería. Lo juro por Dios. Cosas como estas las había fantasiado pero con amigas de la escuela, no con la esposa de papi. Era inmoral.
Entonces me besó en los labios. Yo mantuve la boca cerrada. Me lamió la cara. Bajó con la lengua por el pecho, estómago, cadera, muslo y pierna. Sus caricias le dieron fuera a mi bicho a pararse de nuevo.
Ahí Michelle se trepó en la mesa
Se me acostó encima, con mi bicho dentro de ella.
Se acostó completamente encima de mí. Su piel presionada con la mía. Sus tetas contra mi pecho.
Entonces ella comenzó a mover su cadera lentamente, friccionando con mi bicho que estaba dentro de ella. La sensación recorrió mi cuerpo completo.
Yo cerré los ojos, trincándome. No quería sentir placer con la esposa de papi. No quería. Estaba mal.
Ella seguía con su movimiento lento. Volvió a frotar sus dedos en mis sobacos, haciéndome temblar de las cosquillas. Me dolían los brazos de hacer tanta fuerza con las sogas.
Las sensaciones del bicho rozando en su cueva eran descomunales. Una energía que me corría por todo el cuerpo, pero no se apagaba. La energía se intensificaba. Corriente. Electricidad. La intensidad aumentaba lentamente, pero consistentemente.
Ella gemía. Eso me causaba furia, pero aumentaba la electricidad interna. A medida que aumentaban sus gemidos yo iba crujiendo porque no podía callar el placer intenso.
El pulso me subió a millón. Sus dedos seguían en mis sobacos. Sus labios se pegaron a los míos. Cuando abrí la boca para gritar ella me metió la lengua dándome un chupete largo. Su lengua buscaba la mía, y por más que la mía le huía, siempre la encontraba y se enredaban ambas.
Mis crujidos iban de mi garganta a la suya y sus gemidos de la suya a la mía. Estaba gimiendo súper fuerte. Y yo gritaba más todavía.
Ella se desenchufó y se levantó un poco, sus tetas guindando de su pecho sobre mis ojos. Comenzó a moverse con más fuerza. A generarme más placer, más intensidad, más erosión. Y entonces mi bicho estalló, como una fuente, brotando leche dentro de ella. Ella siguió moviéndose, aún yo viniéndome dentro de ella y me mantuvo en orgasmo constante, drenando mis energías por varios minutos hasta que ella pegó un grito que tuvo ecos y sentí como su crica tembló y mi bicho se ensopó con su leche. Entonces dejó de moverse y se acostó sobre mí a descansar. Yo también estaba exhausto.
Al rato, me dijo cariñosamente: - Este es nuestro secreto. Si tu papá se entera me mata.
Francamente yo no me atrevía a decirle a nadie. Lo que me hizo era inmoral. Ella se levantó de mí y me preguntó:
- ¿Quieres que te suelte? Ya eres un hombre. No tienes que demostrarle nada a Juan.
No quería estar un segundo más indefenso. Tenía miedo de que me volviera a violar.
- Sí. Suéltame.
Los nudos de Juan eran bastante fuertes y le tomó un rato soltarme. En ese rato, me olvidé un segundo de la moral y me dediqué a mirarle las tetas.
Entonces escuchamos el motor del carro de Juan.
- Llegó Juan. - gritó ella. - Que te suelte él.
Ella agarró su ropa y se metió a la casa corriendo. Minutos después Juan salió al patio corriendo pues vio el carro de Michelle.
- ¡Coño, se me fue el tiempo! ¿Te vio?
- Crees que si me hubiera visto aún estaría aquí. No, aún no ha salido.
Entonces me pregunta: - Si te suelto, no hay revistas.
- Si no me sueltas y ella sale papi nos castigará.
Lo que Michelle no pudo hacer el diez minutos, Juan lo hizo halando la punta de una soga en la parte de abajo de la mesa.
- Juan, Alberto. - llamó Michelle, sonando como si fuera a salir.
Juan me tiró el traje de baño en la cara y yo me lo puse. Cuando Michelle salió, con el bikini puesto, el que Juan adoraba verle puesto, nos preguntó:
-¿Me acompañan a un chapuzón?
Juan se quitó la camisa, pero yo dije: - No me siento bien.
Yo entré y Juan se tiró a la piscina con Michelle.
 
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