Segunda parte aca
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El aire en la antigua casona familiar, perdida a solo cuatro kilómetros de los límites de la ciudad, olía a polvo, a humedad invernal y a algo más, un aroma acre que tranquilamente se puede identificar inmediatamente como desinfectante quirúrgico.
Dolores, a sus 80 años, era una sombra de la mujer de rubio platino dominante que había sido. Su cuerpo, frágil y demacrado por el cáncer terminal, se sostenía sólo por la furia contenida de las últimas dos décadas, un rencor y resentimiento que había madurado hasta convertirse en una necesidad existencial. Sostenida con un elegante bastón, vestía una bata de seda negra sobre su pijama, contrastando con el mobiliario funcional y las ataduras de cuero que había dispuesto con la precisión de una ingeniera, como hacía en otras épocas. Estaba muriendo, y su último acto sería purificar su linaje del “virus” de la hipersensibilidad fetichista, luchó toda su vida para erradicarlo pero que Franco había explotado en ella una vez más en aquellos malditos días.
En el centro de la sala, bajo un sistema de iluminación cenital diseñado para exponer, se encontraban las dos cautivas: Vanessa (59), ahora con el cabello hasta los hombros, tenía un collar encadenado al techo, tenía la boca amordazada, las manos atadas a su espalda, los tobillos estaban encadenados entre sí que permite dar pasos cortos y estaba de pie mirando a su hija, Martina (19), que estaba dormida pero atada justo como su madre y ella misma 20 años atrás: brazos extendidos por encima de sus cabezas y atados firmemente a postes laterales, quedando en forma de Y, torso tenso, axilas expuestas, cintura bien ajustada con la correa de cuero y, al igual que aquella vez, el enfoque principal era los pies de la joven mujer. Madre e hija dispuestos para una confrontación visual y sensorial.
La nieta de Dolores es recientemente aceptada como estudiante de ingeniería, alta (175 cm), con el cabello hasta la cintura color castaño oscuro y la silueta de la cara de su padre, Franco, pero los ojos verdes intensos de su madre, Vanessa. Naturalmente atractiva y de cuerpo atlético, era la mezcla precisa de fuerza y sensibilidad que Dolores temía. Había sido educada en la austeridad emocional, ajena al pasado turbulento de sus padres y sin contacto alguno con su abuela.
Los pies de Martina, talla 40, alargados como los de Dolores con uñas color negro, poseían una sensibilidad catastrófica (10/10), un secreto que ni ella ni Vanessa conocían, pero que Dolores, vieja zorra, había sacado conclusiones de sus experiencias previas, anticipando que su descendiente podia estar en el pinaculo de la sensibilidad y se disponía a explotar eso.
Psicológicamente, Martina exhibía una fachada de control y fortaleza, muy parecida a la que Dolores mantenía antaño. A Martina tampoco le gustaba que le miraran los pies, no usaba ningún tipo de sandalias, siempre en crocs y con medias, incluso en verano.
Dolores trae un vasito con agua que empieza a tirar muy sutilmente, casi gota por gota, en los dedos gordos de los pies de su nieta. Martina se despertó en shock, llevaba su pijama de ingeniería de la universidad (un conjunto cómodo, no muy revelador) pero sus pies estaban expuestos sobre el cepo que años atrás retenía los pies de su madre.
Al ver a su madre, Vanessa, y a la señora que no reconoció pero que se le hizo familiar, el pánico se mezcló con una incredulidad furiosa.
Martina: — ¿Qué demonios significa esto? ¡DESÁTANOS AHORA MISMO! Mamá, ¿estás bien? ¿Te duele algo?
Vanessa, amordazada e inmovilizada, luchaba contra sus propias correas. Sus pies, talla 38, estaban desnudos sobre lo que parecía metal.
Dolores se acercó lentamente a la cara de Martina, apoyándose en un bastón de caoba que parecía más un cetro. Su voz, rasposa y débil, sin embargo, conservaba una autoridad de ultratumba.
Dolores: — Eres igual a él… (voltea a mirar a Vanessa y la señala) Tu, mi maldita hija, me traicionaste… Y tú, Martina, (regresando a mirar a su nieta) eres el fruto y la prueba de mi fracaso. Pero no, no serás la extensión.
Los ojos azules de Dolores, cansados, ahora miraron los pies de su nieta con una intensidad clínica. Había notado la tensión y la curvatura instintiva de sus dedos, una señal que conocía demasiado bien.
Dolores: — Tu padre, Franco, el monstruo que tu madre ayudó a crear murió hace 15 años. Y con eso yo creí que podía encontrarme con ustedes, que pudiera pasar mis últimos días con mi nieta. Dios sabe que me contacté, (mirando a Vanessa), te envié regalos, pero no hubo caso, cortaste toda comunicación conmigo. Y hace 2 años lo entendí, el maldito de tu marido dejó algo peor: una hija (señalando a Martina). El hombre que arruinó mi vida y la tuya. Hoy, su legado termina aquí.
Martina: — ¿Aa… Abuela?
Dolores: — Si, tu abuela, madre de tu traidora madre.
Dijo la anciana con un suspiro que sonó a esfuerzo terminal mientras se dirigía a una mesa auxiliar. Usó algunos contactos y su dinero para encontrar, secuestrar y preparar a las cautivas en su antigua casa, además de ser equipada con herramientas y artilugios. Sacó una pequeña unidad vibradora, silenciosa y compacta, similar a las que Franco usó para Dolores, y la colocó justo debajo del arco del pie derecho de Martina, asegurándose con cinta de embalar para que la máquina no se moviera. Luego, procedió a asegurar el dedo gordo.
Dolores: — Vamos a ver si has heredado la maldición de tu padre y el trauma no resuelto de tu abuela.
Activó la máquina. El zumbido, casi inaudible para Vanessa, se transmitió directamente a la planta del pie hipersensible de Martina. La reacción fue instantánea y desproporcionada.
Martina: — ¡¿QUÉ ES ESTJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA?! ¡ABUELA, APÁGAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡AAAAAJAJAJAJAJAJAJAPARAAJAJAJAJAJA!
Dolores: — No se te ocurra, bajo ningún motivo, llamarme abuela. No eres nadie para mi, solo un engendro de un maldito.
Martina comenzó a reír histéricamente, un sonido agudo y totalmente fuera de control que contrastaba con su postura inicial de ingeniera estoica. Su cuerpo se arqueó, intentando desesperadamente romper las ataduras, pero la máquina continuaba su asalto sutil pero devastador. Vanessa veía a la distancia e intentaba desatarse pero no lograba nada, aunque logró quitarse la mordaza.
Vanessa: — ¡Dolores, para! ¡NO LE HAGAS ESTO A MI HIJA! ¡Ella no tiene nada que ver! ¡ERES TÚ LA QUE ESTÁ LOCA!
Dolores: — ¡Loca, sí! Pero no ciega. Hiciste bien en no decirme mamá, ya no eres nada para mi. Obsérvala, Vanessa. Mira cómo se rompe con un simple zumbido. Es la misma risa, la misma enfermedad que tenía el maldito y que usé para protegerte. Debí haberte entregado.
Dolores había golpeado directamente en el conflicto de Vanessa que tanto costó sacar con las terapias junto con su difunto querido. El plan de la anciana era doble: usar la agonía de Martina para quebrar a Vanessa y simultáneamente, llevar a Martina a un punto de quiebre psicológico donde entendiera la debilidad de su linaje con una cicatriz mental.
Dolores apagó la unidad vibratoria (la cual había cumplido su misión de romper la compostura inicial) y tomó un cepillo de cerdas finas, se arrodilló, con un esfuerzo visible, y se acercó al pie izquierdo de Martina que opuso resistencia pero Dolores pudo atar el dedo gordo.
Dolores: — Vas a sufrir por un secreto que ni siquiera sabías que llevabas dentro, Martina. Pero yo estoy para ti ahora… para cobrar tu risa.
Comenzó a pasar el cepillo suavemente sobre la piel caliente y sudorosa de la planta de Martina, concentrándose en la base de los dedos.
Martina: — ¡¡AAAAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡MEJAJAJAJAJA ME MUERO! ¡NO PUEJEJEJEJAJAJAJAJA RESPIRAR! ¡HIHIHIJAJAJAJAJA! ¡BAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡BASTAAAAAAAA!
La risa de Martina era un descargo sin igual de desesperación. Ella se retorcía y pataleaba inútilmente, su cuerpo se convulsionaba contra las correas, demostrando una hipersensibilidad al roce que supera incluso la de Dolores.
Vanessa: — ¡TE LO RUEGO, MADRE POR FAVOR! ¡DETENTE! ¡A ELLA NO!
Dolores, ignorando las palabras de su hija, se puso de pie con su respiración agitada. Activa el vibrador del pie derecho de su nieta y se dirigió a una repisa alta, tomó un frasco de loción mentolada y se acercó a Vanessa, ignorando los gritos de Martina.
Dolores: — Tú, Vanessa. Necesitas sentir la picazón. Necesitas sentir la agonía de la exposición, la misma que sentí yo cuando tu maldito esposo hurgó en mi debilidad.
Vanessa: — ¿Qué vas a hacer? No… por favor, NO…
Dolores vació el frasco entero de loción mentolada fría en los pies de Vanessa. La sensación helada en el metal, haciendo que sus plantas absorban la loción, combinada con el mentol picante hizo que Vanessa jadeara. Luego, apoya su bastón en el metal y presiona un botón, haciendo que las plantas de pies de Vanessa salten.
Vanessa: — ¡¡HIJIJIJIJIJIJIJIJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJÁ! ¡ME PICAJAJAJAJAJA! ¡ME PICA MUCHO!
La risa de Vanessa era “más controlada” que la de Martina, una manifestación de histeria nerviosa que ella luchaba por reprimir, pero la sensación de ardor y picazón se amplificaba con cada toque eléctrico del bastón de Dolores.
Dolores: — Ahora, mírala a ella. Siente el dolor de tu propia picazón y escucha la agonía de tu hija. ¿Quién es el verdadero monstruo aquí, Vanessa?
Mientras caminaba a la mesa, tomó una pluma de avestruz, grande y sedosa, y la pasó suavemente por la axila expuesta de Martina. La pluma, el símbolo del tormento, desató una nueva oleada de histeria en la joven torturada.
Martina: — ¡¡AAAHHHH JAJAJAJAJAJAJÉ! ¡MAMÁJAJAJAJAJA! ¡POR FAJAJAJAJAJA! ¡NO PUEDOJOJOJOJAJAJAJAJA CON LAJAJAJAJAJA AXIJAJAJAJAJA! ¡ME ARDE EL PIE! ¡ABUEJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
El ardor en los pies de Martina, amplificado por el mentol que Dolores había rociado intencionalmente antes de empezar, se combinaba con la tortura aérea de la pluma en su axila, logrando un asalto multisensorial.
Vanessa: — ¡ERES UN MONSTRUO DOLORES!
Dolores: — ¡Mentiras! (soltando la pluma) yo soy tan víctima como él, como ella (mirando a Martina). Aquí el único monstruo eres tú. Dile la verdad, Vanessa. Dile la verdad a tu hija… ¡LO MATASTE! Es irónico como el destino da vueltas jajajaja.
Vanessa empezó a llorar desconsoladamente y miró a su hija, que se ahogaba en su propia risa y dolor, y el último muro de contención se derrumbó.
Vanessa: — ¡SIII! ¡SIII! ¡Él… yo NO! ¡Se desmayó por el agotamiento de las cosquillas que le hice y se ahorcó! Yo estaba allí... y no.. y no… Martina era bebe… no pude…
Una pausa helada se instaló en el aire donde se escuchaba el llanto de Vanessa y la risa de Martina, que era ahora un gemido de sufrimiento continuo, la máquina vibratoria seguía estoica y manteniendo un zumbido constante, asegurando que Martina no recuperara el aliento.
Dolores se tambaleó, apoyándose pesadamente en el bastón. La confesión de Vanessa no era el final, sino la justificación del siguiente acto.
Dolores: — Gracias, Vanessa. Ahora (tosiendo, y la servilleta que retiraba de la boca con gotas de sangre) la última mentira. Martina necesita saber la verdad de su linaje. Tú nunca abandonaste a Franco por lo que te dije. Tú huiste con él porque, en el fondo, tú disfrutaste de esos juegos y querías más. Se lo dijiste, hace 20 años…
Dolores se acercó a Vanessa, su mirada ahora cargada de una comprensión dolorosa.
Dolores: — Los veía… veía como tú te reías con él, Vanessa. Te reías de placer cuando te tocaba los pies. Pagué investigadores privados que me dieron horas y horas de sus grabaciones… Yo te protegí de mis secuestradores y a su vez de ti misma, pero no...
Y la anciana pone de nuevo el baston sobre el metal debajo de los pies de Vanessa, presionando el botón que largaba los golpes eléctricos.
Vanessa: — ¡¡AAAAAH! ¡¡JAJAJAJAJACOSQUIJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡¡ME ARDE!! ¡¡SÍ, YO ME REÍA! ¡¡LO ADMITO!! ¡¡ME ENCANTAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!! ¡¡Y NOJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA NO PASA UN DIA EN QUE ME ARREPIENTOJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA DE QUEJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA ¡¡LO AMO Y NO ME PUEDO PERDONARJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA QUE SE MURIERAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA EN MIS BRAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAZOS!!
La combinación de la loción mentolada con el calor metálico hizo que Vanessa se entregara a una histeria de cosquillas y dolor punzante, su cuerpo intentando retorcerse en una agonía de placer y humillación pero no podía al estar sostenida de su cuello.
Dolores: — Mírala, Martina. Esa es la verdad de tu madre, la que te enseñó a ser fuerte mientras se consumía en esta maldita adicción sensorial.
Martina, al escuchar la verdad completa, dejó de reír por un instante, el sonido ahogándose en su garganta, solo para ser reemplazado por un gemido de profundo horror.
Martina: — ¡No es cierto, mamá! ¡NO ES CIERTO! ¡DIME QUE ESTÁS MINTIENDO! Abuela…
Dolores se acercó a los pies de Martina, abre el bastón y sale una fina varilla que usa para dar 3 fustazos al pie izquierdo, generando en la joven gritos de dolor de varios niveles más altos.
Dolores: — Te dije que no me dijeras abuela. El pecado no termina con la confesión, Martina. Solo con la purificación.
Con el pie ahora recibiendo las pulsaciones, rearma el bastón y del bolsillo saca un bolígrafo metálico, comenzó a rascar con precisión y a una velocidad metódica la piel bajo el arco del pie de Martina. El metal frío contra la piel hipersensible, combinando el ardor residual del mentol, fue la tortura más pura y devastadora que Martina había experimentado.
Martina: — ¡¡AH! ¡HI HI HI! ¡¡AAAJAJAJAJAAJAJAJAJAAAAAA!! ¡¡PÁRALO! ¡¡ME VOY A DESMAYAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAR!! ¡¡ES DEMASIADO!!
La risa y gritos de Martina eran un sonido de quiebre absoluto, lágrimas y sudor empapando la plataforma. Dolores observaba con una calma fría, midiendo la intensidad de la respuesta.
Dolores: — Tienes la sensibilidad máxima, Martina. Un 10 perfecto. Esa va a ser tu perdición. Mira a tu madre, mírala a los ojos sabiendo que un simple roce puede llevarte a la locura. Y es gracias a ella y sus decisiones.
Martina, entre convulsiones de risa y terror, no podía responder. Era demasiada información para procesar.
Y la anciana se dirigió a Vanessa, cuyas risas se habían calmado hasta convertirse en jadeos.
Dolores: — Tu castigo, hija mía, es ver a tu hija confrontar la verdad de su cuerpo…
Vanessa, sin aliento y con el rostro contraído por la angustia, miró a su hija. Dolores tosía, un sonido seco y brutal que marcaba su inminente final. Sacó de su bolsillo una inyección que aplicó en el abdomen de Martina.
Dolores: — Tu padre creía que la risa es poder y le voy a tomar la palabra, esa inyección es un potenciador de sensaciones y yo te enseñaré que la única forma de purificar un linaje es con fuego.
Dolores desata los dedos de los pies de Martina, pone un vibrador en el pie restante, ahora ata juntos los dedos gordos de los pies de su nieta con una cuerda que estira sus pies hacia adelante porque estaba tensado con un mecanismo que hacía que si Martina tirara la cuerda, empezaba a tensar las cadenas del cuello de Vanessa que le provocaría la muerte por ahogamiento. Ninguna sabía eso, y eso es lo macabro del plan de la anciana.
Dolores: — Ja, es gracioso (tosiendo). Tu hija va a jugar contigo de la misma forma que tu lo hiciste con ese (tose) maldito.
Tomando asiento en una silla cercana y sintiendo que sus últimas fuerzas la abandonan.
Dolores: — El resto del castigo es tuyo, Vanessa. Tú elegiste el juego. Ahora termina la partida.
Vanessa: — ¡Dolores! ¡Sácanos de aquí! ¡Por favor! ¡Lo siento!
Dolores: — 20 años tarde, Vanessa (tose). 20 años… (tose).
Vanessa: — ¡NO MAMA! ¡Haré lo que sea! ¡Lo juro!
Dolores presiona 2 botones en un dispositivo electronico, sonrió por última vez, una sonrisa de satisfacción glacial mientras sus ojos tenía una última mirada en lo que alguna vez llamó hija. Su cabeza cayó hacia un lado junto con su cuerpo. Había terminado.
Martina empieza una declaracion de risa sin igual y cuando mueve los pies hacia atras intentando escapar de las cosquillas en sus plantas, se escucha un motor como muy lentamente va subiendo a Vanessa del cuello.
Vanessa: — ¡MARTINA! ¡AGGG! ¡MARTINA NO MUEVAS TUS PIES!
Martina: — ¡¡AAAJAJAJAJAAJAJAJAJAAAAAA!! ¡¡ES DEMAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJASIADO!! ¡¡NOPUEJEJEJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
Vanessa, también sintió calor en sus pies, ahora ya le costaba apoyar los talones, tenia que estar un poco en puntas de pies para respirar pero el metal donde se apoyaba tenia una resistencia que cada corto tiempo se calentaba, haciendo saltar a Vanessa. La idea de su madre en su lecho de muerte era matarlas, erradicar su linaje y el de Franco. Pero aun estaban vivas.
Vanessa: — ¡MART...! ¡ARRRGGG! ¡HIJA CONCENTRA ARGGG… CONCENTRATE, NO MUEVAS TUS ARGGG PIES! ¡ATRÁS! ¡ARGGG! ¡NO LOS MUEVAS HACIAAAARGGG ATRÁS!
Martina: — ¡¡NOPUEJEJEJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
Vanessa: — ¡SI...! ¡ARRRGGG! ¡HIJA SI PUED… ARGGG… CONCENTRATE! ¡SI PUEDES! ¡ARGGG! ¡NO LOS MUEVAS HACIAAAARGGG ATRÁS!
Martina hizo un esfuerzo sobrehumano para no mover sus pies hacia atrás pero su cerebro ya estaba entrando en estado de locura total. Vanessa intentando recomponer su cordura logró ver que los grilletes de las manos de Martina estaban enganchados con ganchos de alpinistas que podía ser una oportunidad de escapar.
Vanessa: — ¡MARTINA TUS...! ¡ARRRGGG! ¡MANOS… ARGGG… MIRA TUS MANOS! ¡OLVIDA TUS PIES Y…! ¡ARGGG! ¡MIRA TUS MANOS!
Entre la risa, Martina mira sus manos y comprende que esos ganchos los puede sacar torciendo la muñeca para que sus dedos puedan abrir el gancho. Intentaba hacerlo pero al parecer Dolores sabia porque aseguró la cintura de su nieta precisamente para evitar esto.
Martina: — ¡¡NOPUEDO! ¡¡NOPUEJEJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡¡NO QUIERO MORIJAJAJAJAJAJAJAJA!! ¡¡MAMAAA NO QUIERO MORIR ASIIIJAJAJAJAJAJAJAJA!!
Vanessa: — ¡NO...! ¡ARRRGGG! ¡NO VAMOS AARGGG… MORIR!! ¡¡CONCENTRATE! ¡SI PUEDES! ¡ARGGG! ¡!
La presión en la mente de Martina era brutal. Podía escapar, no sabía cómo, estaba recibiendo cosquillas en sus pies de forma implacable y sin detenerse, en uno de los intentos de abrir sus manos tiró hacia atrás varias veces sus pies, haciendo que Vanessa ahora solo pueda respirar en puntas de pies con el calor ocasional de su piso metálico que hacía más difícil ese acto.
Vanessa: — ¡NOPU...! ¡ARRRGGG! ¡MARTAARGGG… MORIR!! ¡ARRRGGG! ¡PIESARGGG…!!
La joven mujer vio cómo su madre estaba luchando desesperadamente por respirar y en ella algo le hizo click en la cabeza… le estaban haciendo cosquillas en sus pies que no podía mover pero ya no sentía las cosquillas, nació el pánico primario de la supervivencia. Martina torció hasta más no poder su brazo derecho, también torció su muñeca derecha y con las puntas de los dedos (que agradeció no tener uñas largas) pudo desatornillar el seguro y liberarse. Los músculos de sus pies le dolían ahora de tanto estar apuntando hacia adelante pero no podía dejar de tensarlos ya que la vida de su madre dependía de eso.
Un par de minutos despues, Martina desabrochó su mano izquierda, la correa de su abdomen, abrió el cepo quitando los pasadores y tuvo que hacer fuerza para abrir la pesada madera, pero lo logró. Desató sus dedos y sacó esos malditos vibradores de sus pies. Fue corriendo a ayudar a su madre pero al pisar el metal caliente descalza, retrocedió de dolor. Buscó la silla donde estaba el cuerpo de Dolores para acercársela a su madre, que con un ultimo esfuerzo saltó para recuperar aliento.
Vanessa: — ¡HIJA! ¡Estás bien! Tus pies…
Martina: — Estoy bien. ¿Tu estás bien? voy a buscar algo para liberarte…
Epílogo:
El tiempo se difuminó en un terror denso y palpable. El humo, cada vez más irritante, nublaba la vista de Vanessa. Madre e hija decidieron prender fuego a esa casa llena de maldad y oscuridad.
Vanessa iba a abrazar a Martina, pero la joven mujer se apartó.
Martina: — ¿Mamá? ¿Qué pasó? exactamente y sin mentiras. ¿Y abuela?
Vanessa cuenta toda la historia, sin obviar ningún detalle. Sobre cómo su padre fue víctima de su abuela, (que también fue una víctima), sobre como ella quería a Franco y como fue manipulada, y sobre las elecciones. También le dijo que no había matado a su padre, fue un accidente y pudo probarlo en la policía.
Vanessa: — …Tu… tu padre me dejó una carta, que juro te daré para que la leas. Esa carta, que supe que existía un mes después que falleciera, deja bien en claro el amor profundo que nos teníamos, que tu llegada lo había cambiado en muchas maneras, y su maldición es no poder haberte criado, no poder haberte visto crecer, ser la hermosa mujer que eres. Parecía que la carta era escrita desde el mas alla… Tienes su cara, y su color de pelo, tienes su sensibilidad…
Martina mira sus pies sucios y descalzos, moviendo sus dedos ahora libres y con otra mirada recordando todo lo sufrido.
— Me siento abusada, mamá. Mi mente parece como si me hubiesen violado…
Vanessa: — Es que fue así. Tu abu… Dolores era experta en la materia. Fue corrompida mentalmente y eso te quería hacer. Pero sobrevivimos. Sobreviviste. Tu padre también lo hizo en situaciones similares y al final se convirtió en la mejor persona que pude haber tenido a mi lado. Y saber que mi hija, nuestra hija, está viva y sana es la mayor satisfacción que tengo como madre, y tu padre estaría muy orgulloso de ti.
Martina: — También siento eso. Cuando estaba en un punto crítico con las cosquillas en mis pies algo hizo click en mi cabeza…
Vanessa: — Instinto de supervivencia. Tu padre me lo contó, exactamente como lo estás haciendo. El mejor regalo que le pudiste hacer a su memoria, hija. Vivir.
Vanessa intenta abrazar nuevamente a Martina, que ahora sí deja estar en los brazos de su madre.
— Nunca te lo dije porque supe que no te gustaria el cumplido, pero ya que estamos en confesiones, tus pies son muy hermosos.
Martina se sonrojó, y le agradeció.
— Necesitaremos mucha terapia después de esto, mama.
Vanessa: — Por suerte, mi psicóloga aún sigue atendiendo…
Vanessa mintió... Se había excitado estando ahorcada y viendo sufrir a su hija con cosquillas y su risa desesperada atada en el cepo. Dolores lo sabía, sabía que eso excitaba a Vanessa, pero el castigo era ese, precisamente, ver y no poder tocarse, y esa era la frustración de la mujer de mediana edad. Frustración que también hizo click en su cabeza. El miedo profundo y la hipersensibilidad al roce en sus pies esperaban pacientes en Martina. Lo que no sabe la joven mujer es que los demonios que una vez tenía su abuela y también su padre fueron traspasados a la persona más cercana a ella, esperando la oportunidad de asaltar unos pies con tamaño ideal y sensibilidad perfecta.
La purificación había fallado. El juego continuaría… silencioso y generacional.
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El aire en la antigua casona familiar, perdida a solo cuatro kilómetros de los límites de la ciudad, olía a polvo, a humedad invernal y a algo más, un aroma acre que tranquilamente se puede identificar inmediatamente como desinfectante quirúrgico.
Dolores, a sus 80 años, era una sombra de la mujer de rubio platino dominante que había sido. Su cuerpo, frágil y demacrado por el cáncer terminal, se sostenía sólo por la furia contenida de las últimas dos décadas, un rencor y resentimiento que había madurado hasta convertirse en una necesidad existencial. Sostenida con un elegante bastón, vestía una bata de seda negra sobre su pijama, contrastando con el mobiliario funcional y las ataduras de cuero que había dispuesto con la precisión de una ingeniera, como hacía en otras épocas. Estaba muriendo, y su último acto sería purificar su linaje del “virus” de la hipersensibilidad fetichista, luchó toda su vida para erradicarlo pero que Franco había explotado en ella una vez más en aquellos malditos días.
En el centro de la sala, bajo un sistema de iluminación cenital diseñado para exponer, se encontraban las dos cautivas: Vanessa (59), ahora con el cabello hasta los hombros, tenía un collar encadenado al techo, tenía la boca amordazada, las manos atadas a su espalda, los tobillos estaban encadenados entre sí que permite dar pasos cortos y estaba de pie mirando a su hija, Martina (19), que estaba dormida pero atada justo como su madre y ella misma 20 años atrás: brazos extendidos por encima de sus cabezas y atados firmemente a postes laterales, quedando en forma de Y, torso tenso, axilas expuestas, cintura bien ajustada con la correa de cuero y, al igual que aquella vez, el enfoque principal era los pies de la joven mujer. Madre e hija dispuestos para una confrontación visual y sensorial.
La nieta de Dolores es recientemente aceptada como estudiante de ingeniería, alta (175 cm), con el cabello hasta la cintura color castaño oscuro y la silueta de la cara de su padre, Franco, pero los ojos verdes intensos de su madre, Vanessa. Naturalmente atractiva y de cuerpo atlético, era la mezcla precisa de fuerza y sensibilidad que Dolores temía. Había sido educada en la austeridad emocional, ajena al pasado turbulento de sus padres y sin contacto alguno con su abuela.
Los pies de Martina, talla 40, alargados como los de Dolores con uñas color negro, poseían una sensibilidad catastrófica (10/10), un secreto que ni ella ni Vanessa conocían, pero que Dolores, vieja zorra, había sacado conclusiones de sus experiencias previas, anticipando que su descendiente podia estar en el pinaculo de la sensibilidad y se disponía a explotar eso.
Psicológicamente, Martina exhibía una fachada de control y fortaleza, muy parecida a la que Dolores mantenía antaño. A Martina tampoco le gustaba que le miraran los pies, no usaba ningún tipo de sandalias, siempre en crocs y con medias, incluso en verano.
Dolores trae un vasito con agua que empieza a tirar muy sutilmente, casi gota por gota, en los dedos gordos de los pies de su nieta. Martina se despertó en shock, llevaba su pijama de ingeniería de la universidad (un conjunto cómodo, no muy revelador) pero sus pies estaban expuestos sobre el cepo que años atrás retenía los pies de su madre.
Al ver a su madre, Vanessa, y a la señora que no reconoció pero que se le hizo familiar, el pánico se mezcló con una incredulidad furiosa.
Martina: — ¿Qué demonios significa esto? ¡DESÁTANOS AHORA MISMO! Mamá, ¿estás bien? ¿Te duele algo?
Vanessa, amordazada e inmovilizada, luchaba contra sus propias correas. Sus pies, talla 38, estaban desnudos sobre lo que parecía metal.
Dolores se acercó lentamente a la cara de Martina, apoyándose en un bastón de caoba que parecía más un cetro. Su voz, rasposa y débil, sin embargo, conservaba una autoridad de ultratumba.
Dolores: — Eres igual a él… (voltea a mirar a Vanessa y la señala) Tu, mi maldita hija, me traicionaste… Y tú, Martina, (regresando a mirar a su nieta) eres el fruto y la prueba de mi fracaso. Pero no, no serás la extensión.
Los ojos azules de Dolores, cansados, ahora miraron los pies de su nieta con una intensidad clínica. Había notado la tensión y la curvatura instintiva de sus dedos, una señal que conocía demasiado bien.
Dolores: — Tu padre, Franco, el monstruo que tu madre ayudó a crear murió hace 15 años. Y con eso yo creí que podía encontrarme con ustedes, que pudiera pasar mis últimos días con mi nieta. Dios sabe que me contacté, (mirando a Vanessa), te envié regalos, pero no hubo caso, cortaste toda comunicación conmigo. Y hace 2 años lo entendí, el maldito de tu marido dejó algo peor: una hija (señalando a Martina). El hombre que arruinó mi vida y la tuya. Hoy, su legado termina aquí.
Martina: — ¿Aa… Abuela?
Dolores: — Si, tu abuela, madre de tu traidora madre.
Dijo la anciana con un suspiro que sonó a esfuerzo terminal mientras se dirigía a una mesa auxiliar. Usó algunos contactos y su dinero para encontrar, secuestrar y preparar a las cautivas en su antigua casa, además de ser equipada con herramientas y artilugios. Sacó una pequeña unidad vibradora, silenciosa y compacta, similar a las que Franco usó para Dolores, y la colocó justo debajo del arco del pie derecho de Martina, asegurándose con cinta de embalar para que la máquina no se moviera. Luego, procedió a asegurar el dedo gordo.
Dolores: — Vamos a ver si has heredado la maldición de tu padre y el trauma no resuelto de tu abuela.
Activó la máquina. El zumbido, casi inaudible para Vanessa, se transmitió directamente a la planta del pie hipersensible de Martina. La reacción fue instantánea y desproporcionada.
Martina: — ¡¿QUÉ ES ESTJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA?! ¡ABUELA, APÁGAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡AAAAAJAJAJAJAJAJAJAPARAAJAJAJAJAJA!
Dolores: — No se te ocurra, bajo ningún motivo, llamarme abuela. No eres nadie para mi, solo un engendro de un maldito.
Martina comenzó a reír histéricamente, un sonido agudo y totalmente fuera de control que contrastaba con su postura inicial de ingeniera estoica. Su cuerpo se arqueó, intentando desesperadamente romper las ataduras, pero la máquina continuaba su asalto sutil pero devastador. Vanessa veía a la distancia e intentaba desatarse pero no lograba nada, aunque logró quitarse la mordaza.
Vanessa: — ¡Dolores, para! ¡NO LE HAGAS ESTO A MI HIJA! ¡Ella no tiene nada que ver! ¡ERES TÚ LA QUE ESTÁ LOCA!
Dolores: — ¡Loca, sí! Pero no ciega. Hiciste bien en no decirme mamá, ya no eres nada para mi. Obsérvala, Vanessa. Mira cómo se rompe con un simple zumbido. Es la misma risa, la misma enfermedad que tenía el maldito y que usé para protegerte. Debí haberte entregado.
Dolores había golpeado directamente en el conflicto de Vanessa que tanto costó sacar con las terapias junto con su difunto querido. El plan de la anciana era doble: usar la agonía de Martina para quebrar a Vanessa y simultáneamente, llevar a Martina a un punto de quiebre psicológico donde entendiera la debilidad de su linaje con una cicatriz mental.
Dolores apagó la unidad vibratoria (la cual había cumplido su misión de romper la compostura inicial) y tomó un cepillo de cerdas finas, se arrodilló, con un esfuerzo visible, y se acercó al pie izquierdo de Martina que opuso resistencia pero Dolores pudo atar el dedo gordo.
Dolores: — Vas a sufrir por un secreto que ni siquiera sabías que llevabas dentro, Martina. Pero yo estoy para ti ahora… para cobrar tu risa.
Comenzó a pasar el cepillo suavemente sobre la piel caliente y sudorosa de la planta de Martina, concentrándose en la base de los dedos.
Martina: — ¡¡AAAAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡MEJAJAJAJAJA ME MUERO! ¡NO PUEJEJEJEJAJAJAJAJA RESPIRAR! ¡HIHIHIJAJAJAJAJA! ¡BAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡BASTAAAAAAAA!
La risa de Martina era un descargo sin igual de desesperación. Ella se retorcía y pataleaba inútilmente, su cuerpo se convulsionaba contra las correas, demostrando una hipersensibilidad al roce que supera incluso la de Dolores.
Vanessa: — ¡TE LO RUEGO, MADRE POR FAVOR! ¡DETENTE! ¡A ELLA NO!
Dolores, ignorando las palabras de su hija, se puso de pie con su respiración agitada. Activa el vibrador del pie derecho de su nieta y se dirigió a una repisa alta, tomó un frasco de loción mentolada y se acercó a Vanessa, ignorando los gritos de Martina.
Dolores: — Tú, Vanessa. Necesitas sentir la picazón. Necesitas sentir la agonía de la exposición, la misma que sentí yo cuando tu maldito esposo hurgó en mi debilidad.
Vanessa: — ¿Qué vas a hacer? No… por favor, NO…
Dolores vació el frasco entero de loción mentolada fría en los pies de Vanessa. La sensación helada en el metal, haciendo que sus plantas absorban la loción, combinada con el mentol picante hizo que Vanessa jadeara. Luego, apoya su bastón en el metal y presiona un botón, haciendo que las plantas de pies de Vanessa salten.
Vanessa: — ¡¡HIJIJIJIJIJIJIJIJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJÁ! ¡ME PICAJAJAJAJAJA! ¡ME PICA MUCHO!
La risa de Vanessa era “más controlada” que la de Martina, una manifestación de histeria nerviosa que ella luchaba por reprimir, pero la sensación de ardor y picazón se amplificaba con cada toque eléctrico del bastón de Dolores.
Dolores: — Ahora, mírala a ella. Siente el dolor de tu propia picazón y escucha la agonía de tu hija. ¿Quién es el verdadero monstruo aquí, Vanessa?
Mientras caminaba a la mesa, tomó una pluma de avestruz, grande y sedosa, y la pasó suavemente por la axila expuesta de Martina. La pluma, el símbolo del tormento, desató una nueva oleada de histeria en la joven torturada.
Martina: — ¡¡AAAHHHH JAJAJAJAJAJAJÉ! ¡MAMÁJAJAJAJAJA! ¡POR FAJAJAJAJAJA! ¡NO PUEDOJOJOJOJAJAJAJAJA CON LAJAJAJAJAJA AXIJAJAJAJAJA! ¡ME ARDE EL PIE! ¡ABUEJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
El ardor en los pies de Martina, amplificado por el mentol que Dolores había rociado intencionalmente antes de empezar, se combinaba con la tortura aérea de la pluma en su axila, logrando un asalto multisensorial.
Vanessa: — ¡ERES UN MONSTRUO DOLORES!
Dolores: — ¡Mentiras! (soltando la pluma) yo soy tan víctima como él, como ella (mirando a Martina). Aquí el único monstruo eres tú. Dile la verdad, Vanessa. Dile la verdad a tu hija… ¡LO MATASTE! Es irónico como el destino da vueltas jajajaja.
Vanessa empezó a llorar desconsoladamente y miró a su hija, que se ahogaba en su propia risa y dolor, y el último muro de contención se derrumbó.
Vanessa: — ¡SIII! ¡SIII! ¡Él… yo NO! ¡Se desmayó por el agotamiento de las cosquillas que le hice y se ahorcó! Yo estaba allí... y no.. y no… Martina era bebe… no pude…
Una pausa helada se instaló en el aire donde se escuchaba el llanto de Vanessa y la risa de Martina, que era ahora un gemido de sufrimiento continuo, la máquina vibratoria seguía estoica y manteniendo un zumbido constante, asegurando que Martina no recuperara el aliento.
Dolores se tambaleó, apoyándose pesadamente en el bastón. La confesión de Vanessa no era el final, sino la justificación del siguiente acto.
Dolores: — Gracias, Vanessa. Ahora (tosiendo, y la servilleta que retiraba de la boca con gotas de sangre) la última mentira. Martina necesita saber la verdad de su linaje. Tú nunca abandonaste a Franco por lo que te dije. Tú huiste con él porque, en el fondo, tú disfrutaste de esos juegos y querías más. Se lo dijiste, hace 20 años…
Dolores se acercó a Vanessa, su mirada ahora cargada de una comprensión dolorosa.
Dolores: — Los veía… veía como tú te reías con él, Vanessa. Te reías de placer cuando te tocaba los pies. Pagué investigadores privados que me dieron horas y horas de sus grabaciones… Yo te protegí de mis secuestradores y a su vez de ti misma, pero no...
Y la anciana pone de nuevo el baston sobre el metal debajo de los pies de Vanessa, presionando el botón que largaba los golpes eléctricos.
Vanessa: — ¡¡AAAAAH! ¡¡JAJAJAJAJACOSQUIJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡¡ME ARDE!! ¡¡SÍ, YO ME REÍA! ¡¡LO ADMITO!! ¡¡ME ENCANTAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!! ¡¡Y NOJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA NO PASA UN DIA EN QUE ME ARREPIENTOJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA DE QUEJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA ¡¡LO AMO Y NO ME PUEDO PERDONARJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA QUE SE MURIERAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA EN MIS BRAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAZOS!!
La combinación de la loción mentolada con el calor metálico hizo que Vanessa se entregara a una histeria de cosquillas y dolor punzante, su cuerpo intentando retorcerse en una agonía de placer y humillación pero no podía al estar sostenida de su cuello.
Dolores: — Mírala, Martina. Esa es la verdad de tu madre, la que te enseñó a ser fuerte mientras se consumía en esta maldita adicción sensorial.
Martina, al escuchar la verdad completa, dejó de reír por un instante, el sonido ahogándose en su garganta, solo para ser reemplazado por un gemido de profundo horror.
Martina: — ¡No es cierto, mamá! ¡NO ES CIERTO! ¡DIME QUE ESTÁS MINTIENDO! Abuela…
Dolores se acercó a los pies de Martina, abre el bastón y sale una fina varilla que usa para dar 3 fustazos al pie izquierdo, generando en la joven gritos de dolor de varios niveles más altos.
Dolores: — Te dije que no me dijeras abuela. El pecado no termina con la confesión, Martina. Solo con la purificación.
Con el pie ahora recibiendo las pulsaciones, rearma el bastón y del bolsillo saca un bolígrafo metálico, comenzó a rascar con precisión y a una velocidad metódica la piel bajo el arco del pie de Martina. El metal frío contra la piel hipersensible, combinando el ardor residual del mentol, fue la tortura más pura y devastadora que Martina había experimentado.
Martina: — ¡¡AH! ¡HI HI HI! ¡¡AAAJAJAJAJAAJAJAJAJAAAAAA!! ¡¡PÁRALO! ¡¡ME VOY A DESMAYAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAR!! ¡¡ES DEMASIADO!!
La risa y gritos de Martina eran un sonido de quiebre absoluto, lágrimas y sudor empapando la plataforma. Dolores observaba con una calma fría, midiendo la intensidad de la respuesta.
Dolores: — Tienes la sensibilidad máxima, Martina. Un 10 perfecto. Esa va a ser tu perdición. Mira a tu madre, mírala a los ojos sabiendo que un simple roce puede llevarte a la locura. Y es gracias a ella y sus decisiones.
Martina, entre convulsiones de risa y terror, no podía responder. Era demasiada información para procesar.
Y la anciana se dirigió a Vanessa, cuyas risas se habían calmado hasta convertirse en jadeos.
Dolores: — Tu castigo, hija mía, es ver a tu hija confrontar la verdad de su cuerpo…
Vanessa, sin aliento y con el rostro contraído por la angustia, miró a su hija. Dolores tosía, un sonido seco y brutal que marcaba su inminente final. Sacó de su bolsillo una inyección que aplicó en el abdomen de Martina.
Dolores: — Tu padre creía que la risa es poder y le voy a tomar la palabra, esa inyección es un potenciador de sensaciones y yo te enseñaré que la única forma de purificar un linaje es con fuego.
Dolores desata los dedos de los pies de Martina, pone un vibrador en el pie restante, ahora ata juntos los dedos gordos de los pies de su nieta con una cuerda que estira sus pies hacia adelante porque estaba tensado con un mecanismo que hacía que si Martina tirara la cuerda, empezaba a tensar las cadenas del cuello de Vanessa que le provocaría la muerte por ahogamiento. Ninguna sabía eso, y eso es lo macabro del plan de la anciana.
Dolores: — Ja, es gracioso (tosiendo). Tu hija va a jugar contigo de la misma forma que tu lo hiciste con ese (tose) maldito.
Tomando asiento en una silla cercana y sintiendo que sus últimas fuerzas la abandonan.
Dolores: — El resto del castigo es tuyo, Vanessa. Tú elegiste el juego. Ahora termina la partida.
Vanessa: — ¡Dolores! ¡Sácanos de aquí! ¡Por favor! ¡Lo siento!
Dolores: — 20 años tarde, Vanessa (tose). 20 años… (tose).
Vanessa: — ¡NO MAMA! ¡Haré lo que sea! ¡Lo juro!
Dolores presiona 2 botones en un dispositivo electronico, sonrió por última vez, una sonrisa de satisfacción glacial mientras sus ojos tenía una última mirada en lo que alguna vez llamó hija. Su cabeza cayó hacia un lado junto con su cuerpo. Había terminado.
Martina empieza una declaracion de risa sin igual y cuando mueve los pies hacia atras intentando escapar de las cosquillas en sus plantas, se escucha un motor como muy lentamente va subiendo a Vanessa del cuello.
Vanessa: — ¡MARTINA! ¡AGGG! ¡MARTINA NO MUEVAS TUS PIES!
Martina: — ¡¡AAAJAJAJAJAAJAJAJAJAAAAAA!! ¡¡ES DEMAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJASIADO!! ¡¡NOPUEJEJEJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
Vanessa, también sintió calor en sus pies, ahora ya le costaba apoyar los talones, tenia que estar un poco en puntas de pies para respirar pero el metal donde se apoyaba tenia una resistencia que cada corto tiempo se calentaba, haciendo saltar a Vanessa. La idea de su madre en su lecho de muerte era matarlas, erradicar su linaje y el de Franco. Pero aun estaban vivas.
Vanessa: — ¡MART...! ¡ARRRGGG! ¡HIJA CONCENTRA ARGGG… CONCENTRATE, NO MUEVAS TUS ARGGG PIES! ¡ATRÁS! ¡ARGGG! ¡NO LOS MUEVAS HACIAAAARGGG ATRÁS!
Martina: — ¡¡NOPUEJEJEJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
Vanessa: — ¡SI...! ¡ARRRGGG! ¡HIJA SI PUED… ARGGG… CONCENTRATE! ¡SI PUEDES! ¡ARGGG! ¡NO LOS MUEVAS HACIAAAARGGG ATRÁS!
Martina hizo un esfuerzo sobrehumano para no mover sus pies hacia atrás pero su cerebro ya estaba entrando en estado de locura total. Vanessa intentando recomponer su cordura logró ver que los grilletes de las manos de Martina estaban enganchados con ganchos de alpinistas que podía ser una oportunidad de escapar.
Vanessa: — ¡MARTINA TUS...! ¡ARRRGGG! ¡MANOS… ARGGG… MIRA TUS MANOS! ¡OLVIDA TUS PIES Y…! ¡ARGGG! ¡MIRA TUS MANOS!
Entre la risa, Martina mira sus manos y comprende que esos ganchos los puede sacar torciendo la muñeca para que sus dedos puedan abrir el gancho. Intentaba hacerlo pero al parecer Dolores sabia porque aseguró la cintura de su nieta precisamente para evitar esto.
Martina: — ¡¡NOPUEDO! ¡¡NOPUEJEJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡¡NO QUIERO MORIJAJAJAJAJAJAJAJA!! ¡¡MAMAAA NO QUIERO MORIR ASIIIJAJAJAJAJAJAJAJA!!
Vanessa: — ¡NO...! ¡ARRRGGG! ¡NO VAMOS AARGGG… MORIR!! ¡¡CONCENTRATE! ¡SI PUEDES! ¡ARGGG! ¡!
La presión en la mente de Martina era brutal. Podía escapar, no sabía cómo, estaba recibiendo cosquillas en sus pies de forma implacable y sin detenerse, en uno de los intentos de abrir sus manos tiró hacia atrás varias veces sus pies, haciendo que Vanessa ahora solo pueda respirar en puntas de pies con el calor ocasional de su piso metálico que hacía más difícil ese acto.
Vanessa: — ¡NOPU...! ¡ARRRGGG! ¡MARTAARGGG… MORIR!! ¡ARRRGGG! ¡PIESARGGG…!!
La joven mujer vio cómo su madre estaba luchando desesperadamente por respirar y en ella algo le hizo click en la cabeza… le estaban haciendo cosquillas en sus pies que no podía mover pero ya no sentía las cosquillas, nació el pánico primario de la supervivencia. Martina torció hasta más no poder su brazo derecho, también torció su muñeca derecha y con las puntas de los dedos (que agradeció no tener uñas largas) pudo desatornillar el seguro y liberarse. Los músculos de sus pies le dolían ahora de tanto estar apuntando hacia adelante pero no podía dejar de tensarlos ya que la vida de su madre dependía de eso.
Un par de minutos despues, Martina desabrochó su mano izquierda, la correa de su abdomen, abrió el cepo quitando los pasadores y tuvo que hacer fuerza para abrir la pesada madera, pero lo logró. Desató sus dedos y sacó esos malditos vibradores de sus pies. Fue corriendo a ayudar a su madre pero al pisar el metal caliente descalza, retrocedió de dolor. Buscó la silla donde estaba el cuerpo de Dolores para acercársela a su madre, que con un ultimo esfuerzo saltó para recuperar aliento.
Vanessa: — ¡HIJA! ¡Estás bien! Tus pies…
Martina: — Estoy bien. ¿Tu estás bien? voy a buscar algo para liberarte…
Epílogo:
El tiempo se difuminó en un terror denso y palpable. El humo, cada vez más irritante, nublaba la vista de Vanessa. Madre e hija decidieron prender fuego a esa casa llena de maldad y oscuridad.
Vanessa iba a abrazar a Martina, pero la joven mujer se apartó.
Martina: — ¿Mamá? ¿Qué pasó? exactamente y sin mentiras. ¿Y abuela?
Vanessa cuenta toda la historia, sin obviar ningún detalle. Sobre cómo su padre fue víctima de su abuela, (que también fue una víctima), sobre como ella quería a Franco y como fue manipulada, y sobre las elecciones. También le dijo que no había matado a su padre, fue un accidente y pudo probarlo en la policía.
Vanessa: — …Tu… tu padre me dejó una carta, que juro te daré para que la leas. Esa carta, que supe que existía un mes después que falleciera, deja bien en claro el amor profundo que nos teníamos, que tu llegada lo había cambiado en muchas maneras, y su maldición es no poder haberte criado, no poder haberte visto crecer, ser la hermosa mujer que eres. Parecía que la carta era escrita desde el mas alla… Tienes su cara, y su color de pelo, tienes su sensibilidad…
Martina mira sus pies sucios y descalzos, moviendo sus dedos ahora libres y con otra mirada recordando todo lo sufrido.
— Me siento abusada, mamá. Mi mente parece como si me hubiesen violado…
Vanessa: — Es que fue así. Tu abu… Dolores era experta en la materia. Fue corrompida mentalmente y eso te quería hacer. Pero sobrevivimos. Sobreviviste. Tu padre también lo hizo en situaciones similares y al final se convirtió en la mejor persona que pude haber tenido a mi lado. Y saber que mi hija, nuestra hija, está viva y sana es la mayor satisfacción que tengo como madre, y tu padre estaría muy orgulloso de ti.
Martina: — También siento eso. Cuando estaba en un punto crítico con las cosquillas en mis pies algo hizo click en mi cabeza…
Vanessa: — Instinto de supervivencia. Tu padre me lo contó, exactamente como lo estás haciendo. El mejor regalo que le pudiste hacer a su memoria, hija. Vivir.
Vanessa intenta abrazar nuevamente a Martina, que ahora sí deja estar en los brazos de su madre.
— Nunca te lo dije porque supe que no te gustaria el cumplido, pero ya que estamos en confesiones, tus pies son muy hermosos.
Martina se sonrojó, y le agradeció.
— Necesitaremos mucha terapia después de esto, mama.
Vanessa: — Por suerte, mi psicóloga aún sigue atendiendo…
Vanessa mintió... Se había excitado estando ahorcada y viendo sufrir a su hija con cosquillas y su risa desesperada atada en el cepo. Dolores lo sabía, sabía que eso excitaba a Vanessa, pero el castigo era ese, precisamente, ver y no poder tocarse, y esa era la frustración de la mujer de mediana edad. Frustración que también hizo click en su cabeza. El miedo profundo y la hipersensibilidad al roce en sus pies esperaban pacientes en Martina. Lo que no sabe la joven mujer es que los demonios que una vez tenía su abuela y también su padre fueron traspasados a la persona más cercana a ella, esperando la oportunidad de asaltar unos pies con tamaño ideal y sensibilidad perfecta.
La purificación había fallado. El juego continuaría… silencioso y generacional.
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