La bodega era un santuario de la obsesión, un espacio hermético donde el rencor de dos años había madurado hasta convertirse en una venganza calculada. El aire, denso y frío, olía a metal, desinfectante y una tenue esencia de romero, un perfume que nuestro protagonista recordaba de forma perturbadora y que había dispersado a propósito. Franco, a sus 41 años, ya no era el hombre que era antes tras escapar de un infierno de sumisión forzada; ahora era el arquitecto de un sufrimiento movido por la traición que lo había dejado devastado y la humillación que le había arrancado su antigua vida.
Observaba a sus dos cautivas, atadas con una meticulosidad que hablaba de meses de planificación.
En el centro del sombrío espacio se alzaba una estructura de madera oscura y metal pulido: una especie de potro de tortura de diseño modernista. Allí, espalda contra espalda, forzadas a compartir su cautiverio en una intimidad cruel, estaban Vanessa y Dolores. Ambas yacían en posiciones de restricción absoluta, con sus cuerpos elegantes inmovilizados por correas de cuero ancho que contrastaba con la delicadeza de su piel. Vanessa (38 años, cabello castaño claro hasta la cintura), siempre sensible y curiosa, estaba atada a la izquierda, su postura reflejaba una mezcla de terror y una pasividad que Franco reconocía y despreciaba. Dolores (59 años, rubio platino corto, fuerte y controladora), atada a la derecha, irradiaba una furia contenida, su cuerpo rígido en una negación de la vulnerabilidad que ahora la definía.
Franco caminó lentamente hacia ellas, el sonido de sus botas resonando en el cemento, un ritmo preciso que aumentaba la tensión. Había diseñado este método de restricción para maximizar la visibilidad y la exposición, enfocándose en sus puntos más débiles. Los brazos de ambas estaban extendidos por encima de sus cabezas y atados firmemente a postes laterales, quedando en forma de Y, dejando sus torsos tensos y sus axilas completamente expuestas mientras que las cinturas de ambas estaban bien sujetadas. Pero el enfoque principal de este ritual, como Franco había planeado, residía en la parte inferior de sus cuerpos; estaban sentadas con cepos reteniendo sus pies desnudos proyectados hacia adelante, como ofrendas ineludibles a lo que sigue.
Franco: — ¡Bienvenidos al reencuentro!
Dolores: — ¡Desátame ahora mismo, maldito imbécil! Prometo que pagarás por esto. Mi abogado…
Franco se rió con ganas, un sonido seco y gélido que no prometía consuelo. Su mirada se detuvo en los pies de Dolores, talla 39, largos y elegantes. Las uñas, pintadas de un profundo color burgundy, brillaban bajo la luz cenital, un detalle de vanidad que ahora se volvía una cruel ironía, dada la hipersensibilidad táctil que él conocía. Dolores, en su intento por proyectar fuerza, se había delatado con el temblor casi imperceptible de sus pantorrillas, traicionando el miedo a la vulnerabilidad que la consumía internamente.
Franco: — Dolores… siempre tan elocuente! Hablas de pagar, pero olvidaste tu propia deuda. Y no, no hablaremos de abogados. Hablaremos de mí. De mi humillación, de tu traición, y de cómo me aseguré de que mi recuperación fuera total y mi venganza... mi venganza será exquisita.
Franco se arrodilló lentamente frente a los pies descalzos de Dolores. Sacó de su bolsillo un pequeño cincel de metal, diseñado para la escultura, pero con la punta desafilada y ligeramente curva. No era una herramienta de dolor penetrante, sino de una tortura de roce insidiosa. Se acercó a la planta del pie de Dolores, que reaccionó al instante.
Dolores: — ¿Qué estás haciendo? ¡Aléjate de mis pies! ¡No te atrevas!
El pánico en su voz era real, una grieta en su fachada de control. Franco trazó una línea lenta y deliberada con el cincel de metal, desde la base del talón hasta el arco. El roce, aunque suave, actuó como una descarga eléctrica. Dolores lanzó un grito agudo que se quebró inmediatamente en una risa histérica y forzada. Su cuerpo se sacudió violentamente contra las correas, el pelo rubio platino revolviéndose.
Dolores: — ¡¡AAAAJAJAJAJAJAPARAAJAJAJAJAJAJAJA!! ¡¡MALDITOOOJAJAJAJAJÁ!!
Franco sonrió, satisfecho. Había confirmado el nivel de hipersensibilidad extrema de Dolores en sus pies, su temor a la vulnerabilidad y la pérdida de control manifestándose en una risa descontrolada.
Franco: — Ya veo que has mantenido tu punto flaco, Dolores. ¿Tanto entrenamiento de evasión y sigues sin tolerar un simple roce? Es decepcionante, para alguien que manipuló tanto.
Volvió a pasar el cincel muy sutilmente siguiendo el contorno de la base de los dedos. Dolores se ahogó en su propia risa, suplicando entre jadeos. Vanessa no podía observar a su madre y de ahí que el horror se reflejaba en sus ojos verdes claros mirando a la nada, pero también una profunda confusión ante la revelación de una debilidad que su madre jamás le había mostrado.
Vanessa: — ¡NO FRANCO NO! ¡A ella no! ¡Ella no tiene nada que ver con lo nuestro!
Franco dejó el pie de Dolores, se puso de pie, dio vuelta y su mirada se posó en Vanessa. Sus pies, talla 38, delicados y con las uñas pintadas de un vibrante rojo, esperaban su turno. Se acercó a su rostro, y ella sintió el aliento frío del miedo.
Franco: — ¿No tiene nada que ver? ¡TU MADRE (alzando la voz señalando a Dolores) es la razón por la que te fuiste! Es la razón por la que estuve encadenado y humillado contra mi voluntad, fui utilizado para juegos enfermizos de sadomasoquismo mientras tú, por su influencia, me abandonaste dejando una nota que decía que eras "demasiado buena" para nuestra relación. Justo cuando más te necesité…
(Franco regresa a mirar a Dolores)
— Pero la culpa principal es suya, mi querida ex suegra. Tú, Vanessa, tú escucharás y hoy, la lealtad que sientes por ella se pondrá a prueba.
Franco se dirigió a una mesa auxiliar donde tenía un arsenal de instrumentos y agarra un pequeño dispositivo. Era una unidad compacta y silenciosa con una serie de rodillos de silicona finos, montados en brazos articulados y motorizados. Ató los dedos de pies y fijó los artilugios de manera que los rodillos, vibrando ligeramente, trabajarán justo debajo de la base de los dedos de Dolores. Activó el motor. El zumbido suave llenó el aire, un sonido siniestro que presagiaba la agonía.
Dolores: — ¡¡mmmbuuajajajajajaJAJAJAJAJAJAJANONONONONOOO!! ¡¡QUITALO!! ¡¡MALDITOJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!
Los rodillos de silicona giraban ejerciendo una presión ligera sobre la piel ultra-sensible de Dolores que estalló en carcajadas histéricas de inmediato. Su cuerpo se arqueó apoyándose en la espalda de Vanessa, estaba pateando inútilmente intentando romper el cepo pero lo único que logra hacer es acercar más sus pies a los rodillos. El miedo a la vulnerabilidad se transformaba en la risa incontrolable, un espectáculo que era a la vez humillante y catártico.
Franco, con una sonrisa de cierta satisfacción, se alejó de Dolores que se había convertido en un parlante de risas forzadas e ininterrumpidas gracias a la máquina. Se acercó a Vanessa que estaba conteniendo espalda con espalda a su madre mirando a la nada con una mezcla de horror pero en su cabeza, un conflicto interno que la consumía y se dio cuenta que su ex se sentaba mirando de frente a su pie derecho.
Vanessa: — Belo, por favor, mírame. Deja esto. No tienes que hacer esto. Hablemos como antes.
Franco: — ¡NO TE ATREVAS A DECIRME BELO! ¿Quieres que hablemos como antes? Antes yo era un buen tipo que solo le gustaba jugar sexualmente con su pareja, pero terminé siendo un juguete en manos de sádicos gracias a la información que tu madre les dio sobre mi intimidad. Y tú creíste lo que tu madre te dijo y me dejaste, convencida que yo era el monstruo. No hay "antes", Vanessa. Solo hay ahora.
Sostuvo el pie derecho de Vanessa, delicado y tembloroso, entre sus manos. El contacto la hizo estremecer. La sensibilidad de Vanessa en esa zona era un punto débil notable, aunque no tan catastrófico como el de su madre.
Franco: — Siempre me encantaron tus pies. ¿Sabes la ironía? En ese secuestro, lo primero que hicieron fue que me hicieron cosquillas en los pies y reír hasta desmayarme. Y tú, por consejo de Dolores, huiste.
Con la mano izquierda, Franco masajeó suavemente su tobillo y el tendón de Aquiles, un toque firme y reconfortante. Pero con la mano derecha, sacó un pequeño peine de púas de hueso fino, una herramienta afilada y meticulosa, destinada a la tortura superficial.
Franco: — Vamos a explorar tu sensualidad oculta, esa que tanto miedo te daba reconocer.
Pasó el peine rápidamente, como una caricia nerviosa, por el arco de la planta de Vanessa. La reacción fue menos un grito y más un jadeo entrecortado, seguido de una risa aguda y desbordada, que luchaba por no soltarse.
Vanessa: — ¡¡HIHIHIJAJAJAJANO! ¡PARA! ¡ME HACES COSQUILLAS! ¡AHORA NO!
Franco: — ¡Ahora sí! No lo niegues. Tu cuerpo me dice que te encanta este roce. Es la verdad de tu deseo.
Mientras Vanessa se convulsionaba con una risa nerviosa y avergonzada, su madre gritaba detrás de su elpalda bajo el ataque constante de la máquina. La cacofonía de risas, una histérica y la otra avergonzada, creaba una orquesta unica.
Franco: — Cierra los ojos y concéntrate en la sensación.
Franco dejó el peine y usó sus manos con sus uñas un poco largas a propósito. Se enfocó en el espacio entre los dedos de pies de su ex, explorando también metódicamente cada pliegue y cada punta, áreas que Vanessa resultaba ser inesperadamente sensible.
Vanessa: — ¡¡AAAAAJAJAJAJAJAJAJAJANO PUEDOJAJAJAJAJANO PUEDO MÁS!! ¡¡ME VOY A MORIR DE RISA!!
Franco: — ¿Morir de risa? No tienes idea de lo que es querer morir. Mis captoras colocaron un succionador de semen junto con un retardador y mi dia eran cosquillas, luego mis testículos, iban a mis tetillas… No podía respirar y el descanso era poco y solo lo necesario porque me estaban ordeñando, Vanessa. Las 3 hijas de puta se servían mi semen como un shot de tequila, iban regulando el retardador para que ellas tengan la mayor cantidad y estaba excitado constantemente sin descansar. Me dejaron bien claro que me iban a matar si no seguía satisfaciendo su sed de semen.
El ataque se detuvo tan abruptamente como había comenzado al recordar el trauma. Vanessa estaba sin aliento, su rostro sonrojado por la mezcla de risa, excitación y vergüenza luego de escuchar esto. Salieron lágrimas mezcladas de los ojos verdes que alguna vez se alegraban al ver los ojos café de su captor.
Franco tomó una fusta de cuero de la mesa, de las que se usan en equitación, pero modificada con pequeñas tiras de cuero, se acercó a Dolores mientras la máquina seguía trabajando sus pies, manteniéndola en una carcajada constante, aunque algo más ronca por la fatiga.
Dolores: — ¡¡QUÍTAMEJAJAJAJAJAJAJA ESTO!! ¡¡HIJO DEJAJAJAJAJAJAJA PUTAJAJAJAJAJÉ!!
Franco: — ¡Silencio! Te voy a dar un nuevo tipo de humillación. No solo te reirás de placer, Ahora gritarás de dolor.
Con una velocidad inesperada, Franco azotó con la fusta el abdomen y las costillas de Dolores. Era un golpe para causar dolor físico real, un impacto sordo que dolía pero maximizaba las cosquillas en los pies de su ex suegra.
Dolores: — ¡¡AARGHH! ¡¡HIJODEPUTAJAAJAJAJÉ!! ¡¡PARAJAJAJAJA!! ¡¡AAARGHH, VANESSA! ¡¡MÁTALO!! ¡¡AARGHHJAJAJAJAJAJA!!
Vanessa gritó presa del pánico al oír el castigo de su madre, su corazón latiendo con fuerza ante la imagen imaginada en su cabeza de violencia y risa que se desplegaba ante ella.
Franco: — Para que te quede claro por si aún no lo entendiste, Vanessa. Tu querida madre me vendió a esas mujeres para que me usaran. ¿Y tú? Elegiste escucharla.
Luego de 10 fustazos al abdomen y los implacables rodillos que no frenaban, Franco se acercó a un barril de metal y sacó de él un cubo. Contenía un polvo fino, blanco y brillante; una mezcla de talco fino y una sustancia herbal irritante.
Franco: — Es hora de un buen juego chino. Uno que aprendí en el proceso de mi recuperación.
Primero, roció una generosa capa del polvo sobre las plantas de Dolores que los rodillos se encargaron de llevar a los dedos, que ya estaban ardientes por la máquina. Luego aplicó el polvo en el abdomen de la mujer recién castigada; Mientras que Franco ató los dedos de los pies de Vanessa y terminó aplicando el mismo polvo en las plantas que aún tenían algo de sensibilidad por el ataque anterior.
Vanessa: — ¿Qué es eso? ¡Me pica! ¡ME PICA MUCHO! ¡QUITALO!
Dolores: — ¡¡AAAAJAJAJAJAAJAJAJAPICAAAAAJAJAJAJÁ! ¡¡PICA!! ¡¡PICAJAJAJAJAJAJAJA!!
Franco, escuchando los gritos como su música favorita y viendo ahora la hipersensibilidad de sus captoras, encendió un pequeño cepillo de cerdas duras, motorizado, que vibraba en su mano. Con una precisión aterradora, pasó el cepillo suavemente por la planta de Vanessa, concentrándose en el talón.
Vanessa: — ¡¡NOOOOOJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡¡ME ARDE Y ME PICAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!! ¡¡PARA, TE LO RUEGO!! ¡¡ES INSOPORTABLEJAJAJAJAJAJAJAJA!!
Franco: — Tu madre te enseñó a ser fuerte, ¿no?
Su risa era un sonido de pura agonía. Dolores, con la máquina vibrando y el polvo picando, solo podía emitir un gemido ronco, su cuerpo en espasmos constantes. La máquina de Dolores no se detenía y Franco en los pies de Vanessa tampoco, más ahora que encendió otro cepillo y sus 2 pies ahora estaban siendo castigados como los de su madre.
La combinación del roce eléctrico constante con el polvo picante llevó al borde del colapso sensorial a ambas mujeres. Estaban cansadas.
Franco detuvo todo. Ambas mujeres, exhaustas, jadeaban. Sus pies, de un rojo intenso, palpitaban.
Franco: — Vanessa (mirándola fijamente a los ojos) dime la verdad. ¿Por qué me dejaste? ¿Por tu inseguridad? ¿Por lo que te dijo Dolores?.
Vanessa, con lágrimas en los ojos y el cuerpo tembloroso, no podía dejar de mirar lo que podía ver de los dedos gordos de sus pies, pies que con tanto esmero había cuidado y ahora era la fuente de su tormento, mientras Dolores aún emitía risas ahogadas e involuntarias debido al tremendo ataque recibido. Estaba en la encrucijada entre su miedo al abandono y la lealtad tóxica hacia su madre.
Vanessa: — Yo... yo no lo sé, Franco. Ella... ella insistió que no eras bueno para mí. Que estabas... roto. Que tenías un pasado oscuro...
Franco ahora se acercó a Dolores…
Franco: — Dolores, la palabra es tuya. Dile a tu hija por qué la convenciste de abandonarme justo cuando más la necesitaba. La verdad.
Dolores miró a Franco, su rostro pálido y sudoroso pero con una expresión de odio que luchaba por superar la risa residual en su garganta.
Dolores: — Ella... Ella es mi hija. Yo sé lo que es mejor para ella. No permitiría que mi sangre... se contagiara de tu perversión.
Franco se rió, su voz era un látigo de sarcasmo.
Franco: — ¿Perversión? ¿O miedo? ¿Miedo a que yo le dijera tu secreto, Dolores?
Vanessa: — ¿Qué secreto? ¿Mamá, de qué habla?
Mientras Vanessa preguntaba, Franco ya sabía que no iba a contestar nada, así que se inclinó y usando sus pulgares e índices, pellizca suavemente los dedos gordos de los pies de Dolores, un toque sencillo pero profundamente irritante.
Dolores: — ¡¡NO TE ATREVAS A DECIRLO!! ¡¡ES MENTIRA!! ¡¡LÁRGAJAAAJJAJAJAJATE!!
Franco: — Vanessa: Tu madre grabó con micrófonos ocultos el momento que yo te dije que me gustaban los juegos sexuales cuando estábamos en tu casa viendo películas, esa información se la dio a mis secuestradores porque yo descubrí su secreto y me quería sacar del medio. Ella, deshaciéndose de mí e inventando historias, iba a recuperar el control sobre ti.
Franco se retiró, dejando a ambas mujeres en el silencio cargado de esta nueva y oscura verdad. Vanessa se retorcía, su mente procesando la lealtad dividida y la revelación de que la mujer fuerte que admiraba era, de hecho, la principal culpable de su dolor y el de Franco, que activó nuevamente los rodillos en los pies de Dolores y se arrodilló para concentrarse en los pies de su ex, que seguían picando insoportablemente por el polvo. Sacó una pluma de avestruz grande y la deslizó lentamente sobre la planta de su pie derecho, siguiendo la curva del arco con una precisión metódica.
Vanessa: — ¡¡NOOOO! ¡¡ESPERAAAJAJAJAJAJA!! ¡¡NO PUEDO RESPIRARJAJAJAJAJÁ!! ¡¡LO SIENTO MUCHOJOJOJAJAJA!! ¡¡PERDÓNAJAJAJAJAME!!
Dolores, escuchando las disculpas de su hija, gritó desde el otro lado, un grito que se ahogó en las carcajadas de la máquina que se reanudaba en sus pies.
Dolores: — ¡¡VANESSA, CÁLLAJAJAJAJAJA!! ¡¡CALLATE! ¡NO DIGAS NADAJAJAJAJAJAJAJAJA!!
El conflicto psicológico había alcanzado su punto álgido. Franco detuvo la pluma en Vanessa, pero dejó que la máquina de Dolores siguiera funcionando, un recordatorio constante de su castigo. El hombre fue a la mesa y trajo dos piezas de metal con cables, las sujetó en los talones de los pies de Dolores, sobre la máquina de cosquillas. El contraste del cosquilleo continuo con el frío del metal era un choque sensorial, pero los toques eléctricos que pasaba por el metal cada cierto tiempo fue diseñado para romper su voluntad por completo.
Dolores: — ¡¡HAAAAAAAAAARGHH!! ¡¡QUITALO!! ¡¡HIJAJAJAJAJA HIJO DE PERRAJAJAJAJAJA! ¡¡JAMÁAAAAAAAAAARGHH!! ¡¡TE MATARÉ!!
Su risa mezclada con chillidos de agonía, movimientos bruscos que incluía la espalda de Vanessa sumado a palabras incoherentes fue un potente eco perturbador que resonaba en la bodega.
Franco se puso de pie, y se alejó mirando a ambas. Vanessa estaba agotada pero con un atisbo de comprensión en sus ojos. Dolores, aún no estaba rota pero si estaba congelada en su tortura y en su propia risa.
Franco: — La verdad es liberadora, aunque dolorosa, mis queridas invitadas. Tenemos mucho tiempo para que ambas entiendan el verdadero costo de… (va hacia el oído izquierdo de Vanessa) la traición y (ahora en el oído derecho de Dolores) la manipulación.
Franco se dio la vuelta, dejando a las mujeres atadas. El lugar era unísono: Los ecos de la risa histérica por la máquina de cosquillas en los dedos de pies de Dolores seguía zumbando, implacable, mientras el metal fuerte y los golpes eléctricos implacables en los talones de la madre de Vanessa elevaban un tono la voz de la mayor de las mujeres.
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Parte 2 (el segundo dia) se presentará en 1 semana...
Observaba a sus dos cautivas, atadas con una meticulosidad que hablaba de meses de planificación.
En el centro del sombrío espacio se alzaba una estructura de madera oscura y metal pulido: una especie de potro de tortura de diseño modernista. Allí, espalda contra espalda, forzadas a compartir su cautiverio en una intimidad cruel, estaban Vanessa y Dolores. Ambas yacían en posiciones de restricción absoluta, con sus cuerpos elegantes inmovilizados por correas de cuero ancho que contrastaba con la delicadeza de su piel. Vanessa (38 años, cabello castaño claro hasta la cintura), siempre sensible y curiosa, estaba atada a la izquierda, su postura reflejaba una mezcla de terror y una pasividad que Franco reconocía y despreciaba. Dolores (59 años, rubio platino corto, fuerte y controladora), atada a la derecha, irradiaba una furia contenida, su cuerpo rígido en una negación de la vulnerabilidad que ahora la definía.
Franco caminó lentamente hacia ellas, el sonido de sus botas resonando en el cemento, un ritmo preciso que aumentaba la tensión. Había diseñado este método de restricción para maximizar la visibilidad y la exposición, enfocándose en sus puntos más débiles. Los brazos de ambas estaban extendidos por encima de sus cabezas y atados firmemente a postes laterales, quedando en forma de Y, dejando sus torsos tensos y sus axilas completamente expuestas mientras que las cinturas de ambas estaban bien sujetadas. Pero el enfoque principal de este ritual, como Franco había planeado, residía en la parte inferior de sus cuerpos; estaban sentadas con cepos reteniendo sus pies desnudos proyectados hacia adelante, como ofrendas ineludibles a lo que sigue.
Franco: — ¡Bienvenidos al reencuentro!
Dolores: — ¡Desátame ahora mismo, maldito imbécil! Prometo que pagarás por esto. Mi abogado…
Franco se rió con ganas, un sonido seco y gélido que no prometía consuelo. Su mirada se detuvo en los pies de Dolores, talla 39, largos y elegantes. Las uñas, pintadas de un profundo color burgundy, brillaban bajo la luz cenital, un detalle de vanidad que ahora se volvía una cruel ironía, dada la hipersensibilidad táctil que él conocía. Dolores, en su intento por proyectar fuerza, se había delatado con el temblor casi imperceptible de sus pantorrillas, traicionando el miedo a la vulnerabilidad que la consumía internamente.
Franco: — Dolores… siempre tan elocuente! Hablas de pagar, pero olvidaste tu propia deuda. Y no, no hablaremos de abogados. Hablaremos de mí. De mi humillación, de tu traición, y de cómo me aseguré de que mi recuperación fuera total y mi venganza... mi venganza será exquisita.
Franco se arrodilló lentamente frente a los pies descalzos de Dolores. Sacó de su bolsillo un pequeño cincel de metal, diseñado para la escultura, pero con la punta desafilada y ligeramente curva. No era una herramienta de dolor penetrante, sino de una tortura de roce insidiosa. Se acercó a la planta del pie de Dolores, que reaccionó al instante.
Dolores: — ¿Qué estás haciendo? ¡Aléjate de mis pies! ¡No te atrevas!
El pánico en su voz era real, una grieta en su fachada de control. Franco trazó una línea lenta y deliberada con el cincel de metal, desde la base del talón hasta el arco. El roce, aunque suave, actuó como una descarga eléctrica. Dolores lanzó un grito agudo que se quebró inmediatamente en una risa histérica y forzada. Su cuerpo se sacudió violentamente contra las correas, el pelo rubio platino revolviéndose.
Dolores: — ¡¡AAAAJAJAJAJAJAPARAAJAJAJAJAJAJAJA!! ¡¡MALDITOOOJAJAJAJAJÁ!!
Franco sonrió, satisfecho. Había confirmado el nivel de hipersensibilidad extrema de Dolores en sus pies, su temor a la vulnerabilidad y la pérdida de control manifestándose en una risa descontrolada.
Franco: — Ya veo que has mantenido tu punto flaco, Dolores. ¿Tanto entrenamiento de evasión y sigues sin tolerar un simple roce? Es decepcionante, para alguien que manipuló tanto.
Volvió a pasar el cincel muy sutilmente siguiendo el contorno de la base de los dedos. Dolores se ahogó en su propia risa, suplicando entre jadeos. Vanessa no podía observar a su madre y de ahí que el horror se reflejaba en sus ojos verdes claros mirando a la nada, pero también una profunda confusión ante la revelación de una debilidad que su madre jamás le había mostrado.
Vanessa: — ¡NO FRANCO NO! ¡A ella no! ¡Ella no tiene nada que ver con lo nuestro!
Franco dejó el pie de Dolores, se puso de pie, dio vuelta y su mirada se posó en Vanessa. Sus pies, talla 38, delicados y con las uñas pintadas de un vibrante rojo, esperaban su turno. Se acercó a su rostro, y ella sintió el aliento frío del miedo.
Franco: — ¿No tiene nada que ver? ¡TU MADRE (alzando la voz señalando a Dolores) es la razón por la que te fuiste! Es la razón por la que estuve encadenado y humillado contra mi voluntad, fui utilizado para juegos enfermizos de sadomasoquismo mientras tú, por su influencia, me abandonaste dejando una nota que decía que eras "demasiado buena" para nuestra relación. Justo cuando más te necesité…
(Franco regresa a mirar a Dolores)
— Pero la culpa principal es suya, mi querida ex suegra. Tú, Vanessa, tú escucharás y hoy, la lealtad que sientes por ella se pondrá a prueba.
Franco se dirigió a una mesa auxiliar donde tenía un arsenal de instrumentos y agarra un pequeño dispositivo. Era una unidad compacta y silenciosa con una serie de rodillos de silicona finos, montados en brazos articulados y motorizados. Ató los dedos de pies y fijó los artilugios de manera que los rodillos, vibrando ligeramente, trabajarán justo debajo de la base de los dedos de Dolores. Activó el motor. El zumbido suave llenó el aire, un sonido siniestro que presagiaba la agonía.
Dolores: — ¡¡mmmbuuajajajajajaJAJAJAJAJAJAJANONONONONOOO!! ¡¡QUITALO!! ¡¡MALDITOJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!
Los rodillos de silicona giraban ejerciendo una presión ligera sobre la piel ultra-sensible de Dolores que estalló en carcajadas histéricas de inmediato. Su cuerpo se arqueó apoyándose en la espalda de Vanessa, estaba pateando inútilmente intentando romper el cepo pero lo único que logra hacer es acercar más sus pies a los rodillos. El miedo a la vulnerabilidad se transformaba en la risa incontrolable, un espectáculo que era a la vez humillante y catártico.
Franco, con una sonrisa de cierta satisfacción, se alejó de Dolores que se había convertido en un parlante de risas forzadas e ininterrumpidas gracias a la máquina. Se acercó a Vanessa que estaba conteniendo espalda con espalda a su madre mirando a la nada con una mezcla de horror pero en su cabeza, un conflicto interno que la consumía y se dio cuenta que su ex se sentaba mirando de frente a su pie derecho.
Vanessa: — Belo, por favor, mírame. Deja esto. No tienes que hacer esto. Hablemos como antes.
Franco: — ¡NO TE ATREVAS A DECIRME BELO! ¿Quieres que hablemos como antes? Antes yo era un buen tipo que solo le gustaba jugar sexualmente con su pareja, pero terminé siendo un juguete en manos de sádicos gracias a la información que tu madre les dio sobre mi intimidad. Y tú creíste lo que tu madre te dijo y me dejaste, convencida que yo era el monstruo. No hay "antes", Vanessa. Solo hay ahora.
Sostuvo el pie derecho de Vanessa, delicado y tembloroso, entre sus manos. El contacto la hizo estremecer. La sensibilidad de Vanessa en esa zona era un punto débil notable, aunque no tan catastrófico como el de su madre.
Franco: — Siempre me encantaron tus pies. ¿Sabes la ironía? En ese secuestro, lo primero que hicieron fue que me hicieron cosquillas en los pies y reír hasta desmayarme. Y tú, por consejo de Dolores, huiste.
Con la mano izquierda, Franco masajeó suavemente su tobillo y el tendón de Aquiles, un toque firme y reconfortante. Pero con la mano derecha, sacó un pequeño peine de púas de hueso fino, una herramienta afilada y meticulosa, destinada a la tortura superficial.
Franco: — Vamos a explorar tu sensualidad oculta, esa que tanto miedo te daba reconocer.
Pasó el peine rápidamente, como una caricia nerviosa, por el arco de la planta de Vanessa. La reacción fue menos un grito y más un jadeo entrecortado, seguido de una risa aguda y desbordada, que luchaba por no soltarse.
Vanessa: — ¡¡HIHIHIJAJAJAJANO! ¡PARA! ¡ME HACES COSQUILLAS! ¡AHORA NO!
Franco: — ¡Ahora sí! No lo niegues. Tu cuerpo me dice que te encanta este roce. Es la verdad de tu deseo.
Mientras Vanessa se convulsionaba con una risa nerviosa y avergonzada, su madre gritaba detrás de su elpalda bajo el ataque constante de la máquina. La cacofonía de risas, una histérica y la otra avergonzada, creaba una orquesta unica.
Franco: — Cierra los ojos y concéntrate en la sensación.
Franco dejó el peine y usó sus manos con sus uñas un poco largas a propósito. Se enfocó en el espacio entre los dedos de pies de su ex, explorando también metódicamente cada pliegue y cada punta, áreas que Vanessa resultaba ser inesperadamente sensible.
Vanessa: — ¡¡AAAAAJAJAJAJAJAJAJAJANO PUEDOJAJAJAJAJANO PUEDO MÁS!! ¡¡ME VOY A MORIR DE RISA!!
Franco: — ¿Morir de risa? No tienes idea de lo que es querer morir. Mis captoras colocaron un succionador de semen junto con un retardador y mi dia eran cosquillas, luego mis testículos, iban a mis tetillas… No podía respirar y el descanso era poco y solo lo necesario porque me estaban ordeñando, Vanessa. Las 3 hijas de puta se servían mi semen como un shot de tequila, iban regulando el retardador para que ellas tengan la mayor cantidad y estaba excitado constantemente sin descansar. Me dejaron bien claro que me iban a matar si no seguía satisfaciendo su sed de semen.
El ataque se detuvo tan abruptamente como había comenzado al recordar el trauma. Vanessa estaba sin aliento, su rostro sonrojado por la mezcla de risa, excitación y vergüenza luego de escuchar esto. Salieron lágrimas mezcladas de los ojos verdes que alguna vez se alegraban al ver los ojos café de su captor.
Franco tomó una fusta de cuero de la mesa, de las que se usan en equitación, pero modificada con pequeñas tiras de cuero, se acercó a Dolores mientras la máquina seguía trabajando sus pies, manteniéndola en una carcajada constante, aunque algo más ronca por la fatiga.
Dolores: — ¡¡QUÍTAMEJAJAJAJAJAJAJA ESTO!! ¡¡HIJO DEJAJAJAJAJAJAJA PUTAJAJAJAJAJÉ!!
Franco: — ¡Silencio! Te voy a dar un nuevo tipo de humillación. No solo te reirás de placer, Ahora gritarás de dolor.
Con una velocidad inesperada, Franco azotó con la fusta el abdomen y las costillas de Dolores. Era un golpe para causar dolor físico real, un impacto sordo que dolía pero maximizaba las cosquillas en los pies de su ex suegra.
Dolores: — ¡¡AARGHH! ¡¡HIJODEPUTAJAAJAJAJÉ!! ¡¡PARAJAJAJAJA!! ¡¡AAARGHH, VANESSA! ¡¡MÁTALO!! ¡¡AARGHHJAJAJAJAJAJA!!
Vanessa gritó presa del pánico al oír el castigo de su madre, su corazón latiendo con fuerza ante la imagen imaginada en su cabeza de violencia y risa que se desplegaba ante ella.
Franco: — Para que te quede claro por si aún no lo entendiste, Vanessa. Tu querida madre me vendió a esas mujeres para que me usaran. ¿Y tú? Elegiste escucharla.
Luego de 10 fustazos al abdomen y los implacables rodillos que no frenaban, Franco se acercó a un barril de metal y sacó de él un cubo. Contenía un polvo fino, blanco y brillante; una mezcla de talco fino y una sustancia herbal irritante.
Franco: — Es hora de un buen juego chino. Uno que aprendí en el proceso de mi recuperación.
Primero, roció una generosa capa del polvo sobre las plantas de Dolores que los rodillos se encargaron de llevar a los dedos, que ya estaban ardientes por la máquina. Luego aplicó el polvo en el abdomen de la mujer recién castigada; Mientras que Franco ató los dedos de los pies de Vanessa y terminó aplicando el mismo polvo en las plantas que aún tenían algo de sensibilidad por el ataque anterior.
Vanessa: — ¿Qué es eso? ¡Me pica! ¡ME PICA MUCHO! ¡QUITALO!
Dolores: — ¡¡AAAAJAJAJAJAAJAJAJAPICAAAAAJAJAJAJÁ! ¡¡PICA!! ¡¡PICAJAJAJAJAJAJAJA!!
Franco, escuchando los gritos como su música favorita y viendo ahora la hipersensibilidad de sus captoras, encendió un pequeño cepillo de cerdas duras, motorizado, que vibraba en su mano. Con una precisión aterradora, pasó el cepillo suavemente por la planta de Vanessa, concentrándose en el talón.
Vanessa: — ¡¡NOOOOOJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡¡ME ARDE Y ME PICAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!! ¡¡PARA, TE LO RUEGO!! ¡¡ES INSOPORTABLEJAJAJAJAJAJAJAJA!!
Franco: — Tu madre te enseñó a ser fuerte, ¿no?
Su risa era un sonido de pura agonía. Dolores, con la máquina vibrando y el polvo picando, solo podía emitir un gemido ronco, su cuerpo en espasmos constantes. La máquina de Dolores no se detenía y Franco en los pies de Vanessa tampoco, más ahora que encendió otro cepillo y sus 2 pies ahora estaban siendo castigados como los de su madre.
La combinación del roce eléctrico constante con el polvo picante llevó al borde del colapso sensorial a ambas mujeres. Estaban cansadas.
Franco detuvo todo. Ambas mujeres, exhaustas, jadeaban. Sus pies, de un rojo intenso, palpitaban.
Franco: — Vanessa (mirándola fijamente a los ojos) dime la verdad. ¿Por qué me dejaste? ¿Por tu inseguridad? ¿Por lo que te dijo Dolores?.
Vanessa, con lágrimas en los ojos y el cuerpo tembloroso, no podía dejar de mirar lo que podía ver de los dedos gordos de sus pies, pies que con tanto esmero había cuidado y ahora era la fuente de su tormento, mientras Dolores aún emitía risas ahogadas e involuntarias debido al tremendo ataque recibido. Estaba en la encrucijada entre su miedo al abandono y la lealtad tóxica hacia su madre.
Vanessa: — Yo... yo no lo sé, Franco. Ella... ella insistió que no eras bueno para mí. Que estabas... roto. Que tenías un pasado oscuro...
Franco ahora se acercó a Dolores…
Franco: — Dolores, la palabra es tuya. Dile a tu hija por qué la convenciste de abandonarme justo cuando más la necesitaba. La verdad.
Dolores miró a Franco, su rostro pálido y sudoroso pero con una expresión de odio que luchaba por superar la risa residual en su garganta.
Dolores: — Ella... Ella es mi hija. Yo sé lo que es mejor para ella. No permitiría que mi sangre... se contagiara de tu perversión.
Franco se rió, su voz era un látigo de sarcasmo.
Franco: — ¿Perversión? ¿O miedo? ¿Miedo a que yo le dijera tu secreto, Dolores?
Vanessa: — ¿Qué secreto? ¿Mamá, de qué habla?
Mientras Vanessa preguntaba, Franco ya sabía que no iba a contestar nada, así que se inclinó y usando sus pulgares e índices, pellizca suavemente los dedos gordos de los pies de Dolores, un toque sencillo pero profundamente irritante.
Dolores: — ¡¡NO TE ATREVAS A DECIRLO!! ¡¡ES MENTIRA!! ¡¡LÁRGAJAAAJJAJAJAJATE!!
Franco: — Vanessa: Tu madre grabó con micrófonos ocultos el momento que yo te dije que me gustaban los juegos sexuales cuando estábamos en tu casa viendo películas, esa información se la dio a mis secuestradores porque yo descubrí su secreto y me quería sacar del medio. Ella, deshaciéndose de mí e inventando historias, iba a recuperar el control sobre ti.
Franco se retiró, dejando a ambas mujeres en el silencio cargado de esta nueva y oscura verdad. Vanessa se retorcía, su mente procesando la lealtad dividida y la revelación de que la mujer fuerte que admiraba era, de hecho, la principal culpable de su dolor y el de Franco, que activó nuevamente los rodillos en los pies de Dolores y se arrodilló para concentrarse en los pies de su ex, que seguían picando insoportablemente por el polvo. Sacó una pluma de avestruz grande y la deslizó lentamente sobre la planta de su pie derecho, siguiendo la curva del arco con una precisión metódica.
Vanessa: — ¡¡NOOOO! ¡¡ESPERAAAJAJAJAJAJA!! ¡¡NO PUEDO RESPIRARJAJAJAJAJÁ!! ¡¡LO SIENTO MUCHOJOJOJAJAJA!! ¡¡PERDÓNAJAJAJAJAME!!
Dolores, escuchando las disculpas de su hija, gritó desde el otro lado, un grito que se ahogó en las carcajadas de la máquina que se reanudaba en sus pies.
Dolores: — ¡¡VANESSA, CÁLLAJAJAJAJAJA!! ¡¡CALLATE! ¡NO DIGAS NADAJAJAJAJAJAJAJAJA!!
El conflicto psicológico había alcanzado su punto álgido. Franco detuvo la pluma en Vanessa, pero dejó que la máquina de Dolores siguiera funcionando, un recordatorio constante de su castigo. El hombre fue a la mesa y trajo dos piezas de metal con cables, las sujetó en los talones de los pies de Dolores, sobre la máquina de cosquillas. El contraste del cosquilleo continuo con el frío del metal era un choque sensorial, pero los toques eléctricos que pasaba por el metal cada cierto tiempo fue diseñado para romper su voluntad por completo.
Dolores: — ¡¡HAAAAAAAAAARGHH!! ¡¡QUITALO!! ¡¡HIJAJAJAJAJA HIJO DE PERRAJAJAJAJAJA! ¡¡JAMÁAAAAAAAAAARGHH!! ¡¡TE MATARÉ!!
Su risa mezclada con chillidos de agonía, movimientos bruscos que incluía la espalda de Vanessa sumado a palabras incoherentes fue un potente eco perturbador que resonaba en la bodega.
Franco se puso de pie, y se alejó mirando a ambas. Vanessa estaba agotada pero con un atisbo de comprensión en sus ojos. Dolores, aún no estaba rota pero si estaba congelada en su tortura y en su propia risa.
Franco: — La verdad es liberadora, aunque dolorosa, mis queridas invitadas. Tenemos mucho tiempo para que ambas entiendan el verdadero costo de… (va hacia el oído izquierdo de Vanessa) la traición y (ahora en el oído derecho de Dolores) la manipulación.
Franco se dio la vuelta, dejando a las mujeres atadas. El lugar era unísono: Los ecos de la risa histérica por la máquina de cosquillas en los dedos de pies de Dolores seguía zumbando, implacable, mientras el metal fuerte y los golpes eléctricos implacables en los talones de la madre de Vanessa elevaban un tono la voz de la mayor de las mujeres.
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Parte 2 (el segundo dia) se presentará en 1 semana...



